QUÉ SE RECUERDA, QUÉ SE FESTEJA, QUÉ SE OLVIDA
Fuente: Pieldeleopardo.com
Días difíciles éstos. Días oscuros. Días en que cabe pensar qué se dice cuando se grita –si se grita todavía– "¡Viva Chile mierda!"
Acaso ya nadie sabe de Cordillera. Acaso la mar se tragó los sueños. Acaso sea posible encarar la pesadilla.
Sólo por ignorancia una sociedad festeja su propio ahorcamiento.
Por: Lagos Nilsson
Allá por 1810, como es costumbre entre nosotros los latinoamericanos desde antes de esa fecha y hasta hoy, los salones eran olla podrida de los rumores: que Fernando allá en la España, que el Virrey acá en América (no faltaban los que, peninsularmente, decían Indias en vez de América); que quién era ese tal Napoleón; que el ejemplo de los colonos ingleses, libres desde 1776 –y cuyos cónsules y agentes intrigaban en todas partes por eso de la pasión de la independencia–; que los locos aquellos que hablaban de recuperar estos reynos para sí mismos; que los que preferían esperar las noticias de la metrópoli; que...
Todo en una tierra todavía no terminada de explorar y chúcara al sur de Concepción. Un país que, Portales dixit al parecer 20 años después, no sabía por dónde se trazaba su límite norte, que el del sur era variable: ¡esos mapuche que no terminan de matar!
Lo que se recuerda
Por entonces fray Camilo soñaba con una imprenta (y tendría el fraile todo pensado acerca de cómo instalarla y hacerla funcionar para esa empresa romántica de ser independientes). Cinco años antes, en agosto de 1805, en Roma, el que sería conocido después como el libertador, un joven Simón Bolívar –el pequeño capitán valiente según Neruda– había jurado en el Monte Sacro dar la vida si necesario por la independencia, no de su país sino de América. Algunos conspiradores en Chile estaban noticiados de ese juramento.
No sólo conspiradores, que había –y brillantes– conspiradoras en todo el continente. Pronto mujeres como doña Javiera Carrera –se recomienda su biografía escrita por Virgina Vidal–, en Chile, y una pléyade en el resto de América arriesgarían tanto como sus pares varones, o más según los cánones de la época, por ese afán de fundar repúblicas. En ningún país americano, así como hay "padres de la patria", existen sus madres. Injusticia brutal apenas enmendada por el Presidente de la República del Ecuador, que de hecho reconoció a la quiteña Manuelita Sáenz como la legítima madre del Ecuador.
(No tuvo mucho eco Rafael Correa. Es comprensible. Doña Manuela fue hembra de armas tomar, capìtana en la batalla, amante de su amor entre las sábanas: la llamaron la libertadora del Libertador. Legítima madre de América Latina murió en 1856 en un poblado de la costa peruana: pobre, sola, abandonada, y su aporte en los años terribles de las guerras e intrigas por la independencia negado por decenas de años).
Intriga es la palabra que describe mejor lo que sucedía en las tertulias y saraos del temprano 1810. Intrigas llenas de garras y vitriolo: la gran mayoría de los impulsores de la independencia murieron jóvenes por traición o echados a un lado; los hermana la incomprensión, finalmente, a Carrera y a O'Higgins, a Manuel Rodríguez y a los demás.
Un siglo después los luchadores anarquistas tendrían la misma suerte, larga serie de persecuciones, asesinatos y espionaje que comienza en Tarapacá, en Santa María de Iquique, o acaso haya comenzado en Santiago un poco antes, que plantó sus calaveras en Magallanes y rueda hoy sobre los jóvenes okupas animadores de bibliotecas y peñas populares y sindicalistas que no reconocen militancia en la podredumbre vana de los partidos.
Lo que se recuerda, entonces, es el parto; se enmascara o vela cómo después y hasta nuestros días fue amarrada la criatura con fajas de leyes, instituciones y hambres y otras traiciones.
Lo que se festeja
Sólo por ignorancia una sociedad festeja su propio ahorcamiento. En Chile –como en toda América– siempre se cosechó más de lo necesario y el trabajo humano brindó más de lo preciso. Hasta después de mediado el siglo XIX, sin embargo, Santiago fue una ciudad insalubre, sometida al rigor del tifus y la TBC; sin recibir contingentes migratorios –como ocurría en la Argentina, por ejemplo– hasta entrado el siglo XX, y en cierta forma todavía, ya en el XXI, subsisten conventillos, callejones oscuros regados con aguas servidas, campamentos donde se hacinan lo pobres. Ya no, tenemos entendido, pero hasta no muchos años lucía una calle –la de La Moneda– un cartel significativo: se prohibe el paso de vehículos de tracción humana. Todo un símbolo.
O quizá un signo.
¿Qué se festeja, pues, este 2007 de cinco días consagrados a Baco (que Dionisio era otra cosa) y ofrendados a la irresponsabilidad ciudadana? Se os dio un aguinaldo de fiestas patrias: ¡chilenos, a consumir! Cuando se os pase la borrachera veréis cómo pagar lo consumido.
Por cierto no se festejará la muerte –un balazo en el cráneo– de un sub oficial de Carabineros. Tragedia curiosa ésta. Al parecer lo asesinó un muchacho nacido, crecido, ¿educado? bajo los lineamientos de los gobiernos de la Concertación. No fue su asesino "mano de obra desocupada", como llaman en la Argentina a los perros que fueron de su propia última dictadura, el matador fue un un niño.
¿Por qué? ¿Era acaso un demente, un enfermo mental, un sicópata? No.
Fue un muchacho como decenas de miles: pobre de pobreza irremediable; un muchacho que no terminó sus estudios; un muchacho cuya familia apenas subsiste con el trabajo de los que de ella trabajan; un muchacho para el que nunca –lean de nuevo: nunca– se abrirán las anchas alamedas que los dirigentes políticos chilenos jamás tendrán ganas de abrir, ni unos ni otros, ni los de gobierno ni los de oposición.
Un muchacho probablemente inconsciente de lo que su crimen significa, como inconsciente es, seguro, de lo que significa haber vivido como había vivido hasta que disparó.
Nietos de la dictadura, cierto, pero hijos de la DC, del PS, del PRSD, del PPD (los partidos de la Concertación), el pobre asesino no hizo más que cumplir el mandato de la marginalidad, del individualismo capitalista –que en el caso de los pobres marginados reciben el nombre de lumpen–; no hizo más que intentar la solución de la tele para resolver su problema: la violencia.
Tristísima es la muerte de un carabinero que no era violento, ni en su vida privada ni en sus funciones; también fue tristísima la muerte a balazos de un trabajador forestal. La familia del carabinero al menos tiene el consuelo de que su duelo es compartido por la mayor parte de los habitantes del país, que la televisión y la prensa dedicó preciosos minutos –o líneas– a resaltar la hombría de bien de la víctima. El trabajador forestal no tuvo tal despliegue. Tal vez porque un carabinero muerto merece más que un muerto por carabineros.
El cabo Vera quiso ayudar a imponer el orden y salvaguardar la propiedad privada –poca y minúscula en el lugar donde ocurrió su sacrificio–; Rodrigo Cisternas quiso ayudar a los suyos a conseguir un salario digno y dignas condiciones de trabajo. Su viuda no tendrá pensión de gracia.
Qué se olvida
¿Qué se celebra? ¿El país que es? ¿El país que se soñó y que nunca fue? De punta y taco los cementerios para la muerte y los cementerios del alma.
Este 18 de setiembre de 2007 los chilenos olvidan en un mar de chicha y vino, al son de la cueca –que pocos bailan– y la cumbia –cuando suena todos mueven el culo–, al tenor de los asados –los más pobres un choripán–, entre abrazos, gritos y falsos huasos, amparados por "mi banderita chilena" y forzados, galeotes del consumismo mercantil, olvidan, digo, ese "mantelito blanco de la humilde mesa / en el que compartimos el pan familiar".
Y si alguno grita eso de "¡Viva Chile mierda!" no gritará el desafío de vivir en una suerte de isla lejos del mundo, no gritará que no será vencido ni por la helada ni el maremoto (que hoy prefieren llamar tsumani, porque así lo dicen las agencias de prensa estadounidenses), tampoco por el terremoto ni los derrumbes –ni por la sed, ni el hambre, ni por nada–: lo gritará en un grotesco remedo de su propia vida encalillada y sin futuro.
Es necesario dejar atrás la pesadilla.
Por mantener los ideales que los llevaron a la guerra por la independencia en un tiempo que cambió murieron los Carrera, Manuel Rodriguez, fue al exilio Bernado O'Higgins, fueron las guerras civiles de la década de 1821/30…
Por tener un corazón semejante murió Allende en 1973, y con él miles más fueron asesinados, torturados, privados de su nacionalidad.
Por la ira ante la traición consumada, porque no han terminado de vencernos –ni nos vencerán–, por la memoria y por Gloria Esther Lagos Nilsson, desaparecida y asesinada, grito mi solitario ¡Viva Chile, mierda!
Fuente: Pieldeleopardo.com
Días difíciles éstos. Días oscuros. Días en que cabe pensar qué se dice cuando se grita –si se grita todavía– "¡Viva Chile mierda!"
Acaso ya nadie sabe de Cordillera. Acaso la mar se tragó los sueños. Acaso sea posible encarar la pesadilla.
Sólo por ignorancia una sociedad festeja su propio ahorcamiento.
Por: Lagos Nilsson
Allá por 1810, como es costumbre entre nosotros los latinoamericanos desde antes de esa fecha y hasta hoy, los salones eran olla podrida de los rumores: que Fernando allá en la España, que el Virrey acá en América (no faltaban los que, peninsularmente, decían Indias en vez de América); que quién era ese tal Napoleón; que el ejemplo de los colonos ingleses, libres desde 1776 –y cuyos cónsules y agentes intrigaban en todas partes por eso de la pasión de la independencia–; que los locos aquellos que hablaban de recuperar estos reynos para sí mismos; que los que preferían esperar las noticias de la metrópoli; que...
Todo en una tierra todavía no terminada de explorar y chúcara al sur de Concepción. Un país que, Portales dixit al parecer 20 años después, no sabía por dónde se trazaba su límite norte, que el del sur era variable: ¡esos mapuche que no terminan de matar!
Lo que se recuerda
Por entonces fray Camilo soñaba con una imprenta (y tendría el fraile todo pensado acerca de cómo instalarla y hacerla funcionar para esa empresa romántica de ser independientes). Cinco años antes, en agosto de 1805, en Roma, el que sería conocido después como el libertador, un joven Simón Bolívar –el pequeño capitán valiente según Neruda– había jurado en el Monte Sacro dar la vida si necesario por la independencia, no de su país sino de América. Algunos conspiradores en Chile estaban noticiados de ese juramento.
No sólo conspiradores, que había –y brillantes– conspiradoras en todo el continente. Pronto mujeres como doña Javiera Carrera –se recomienda su biografía escrita por Virgina Vidal–, en Chile, y una pléyade en el resto de América arriesgarían tanto como sus pares varones, o más según los cánones de la época, por ese afán de fundar repúblicas. En ningún país americano, así como hay "padres de la patria", existen sus madres. Injusticia brutal apenas enmendada por el Presidente de la República del Ecuador, que de hecho reconoció a la quiteña Manuelita Sáenz como la legítima madre del Ecuador.
(No tuvo mucho eco Rafael Correa. Es comprensible. Doña Manuela fue hembra de armas tomar, capìtana en la batalla, amante de su amor entre las sábanas: la llamaron la libertadora del Libertador. Legítima madre de América Latina murió en 1856 en un poblado de la costa peruana: pobre, sola, abandonada, y su aporte en los años terribles de las guerras e intrigas por la independencia negado por decenas de años).
Intriga es la palabra que describe mejor lo que sucedía en las tertulias y saraos del temprano 1810. Intrigas llenas de garras y vitriolo: la gran mayoría de los impulsores de la independencia murieron jóvenes por traición o echados a un lado; los hermana la incomprensión, finalmente, a Carrera y a O'Higgins, a Manuel Rodríguez y a los demás.
Un siglo después los luchadores anarquistas tendrían la misma suerte, larga serie de persecuciones, asesinatos y espionaje que comienza en Tarapacá, en Santa María de Iquique, o acaso haya comenzado en Santiago un poco antes, que plantó sus calaveras en Magallanes y rueda hoy sobre los jóvenes okupas animadores de bibliotecas y peñas populares y sindicalistas que no reconocen militancia en la podredumbre vana de los partidos.
Lo que se recuerda, entonces, es el parto; se enmascara o vela cómo después y hasta nuestros días fue amarrada la criatura con fajas de leyes, instituciones y hambres y otras traiciones.
Lo que se festeja
Sólo por ignorancia una sociedad festeja su propio ahorcamiento. En Chile –como en toda América– siempre se cosechó más de lo necesario y el trabajo humano brindó más de lo preciso. Hasta después de mediado el siglo XIX, sin embargo, Santiago fue una ciudad insalubre, sometida al rigor del tifus y la TBC; sin recibir contingentes migratorios –como ocurría en la Argentina, por ejemplo– hasta entrado el siglo XX, y en cierta forma todavía, ya en el XXI, subsisten conventillos, callejones oscuros regados con aguas servidas, campamentos donde se hacinan lo pobres. Ya no, tenemos entendido, pero hasta no muchos años lucía una calle –la de La Moneda– un cartel significativo: se prohibe el paso de vehículos de tracción humana. Todo un símbolo.
O quizá un signo.
¿Qué se festeja, pues, este 2007 de cinco días consagrados a Baco (que Dionisio era otra cosa) y ofrendados a la irresponsabilidad ciudadana? Se os dio un aguinaldo de fiestas patrias: ¡chilenos, a consumir! Cuando se os pase la borrachera veréis cómo pagar lo consumido.
Por cierto no se festejará la muerte –un balazo en el cráneo– de un sub oficial de Carabineros. Tragedia curiosa ésta. Al parecer lo asesinó un muchacho nacido, crecido, ¿educado? bajo los lineamientos de los gobiernos de la Concertación. No fue su asesino "mano de obra desocupada", como llaman en la Argentina a los perros que fueron de su propia última dictadura, el matador fue un un niño.
¿Por qué? ¿Era acaso un demente, un enfermo mental, un sicópata? No.
Fue un muchacho como decenas de miles: pobre de pobreza irremediable; un muchacho que no terminó sus estudios; un muchacho cuya familia apenas subsiste con el trabajo de los que de ella trabajan; un muchacho para el que nunca –lean de nuevo: nunca– se abrirán las anchas alamedas que los dirigentes políticos chilenos jamás tendrán ganas de abrir, ni unos ni otros, ni los de gobierno ni los de oposición.
Un muchacho probablemente inconsciente de lo que su crimen significa, como inconsciente es, seguro, de lo que significa haber vivido como había vivido hasta que disparó.
Nietos de la dictadura, cierto, pero hijos de la DC, del PS, del PRSD, del PPD (los partidos de la Concertación), el pobre asesino no hizo más que cumplir el mandato de la marginalidad, del individualismo capitalista –que en el caso de los pobres marginados reciben el nombre de lumpen–; no hizo más que intentar la solución de la tele para resolver su problema: la violencia.
Tristísima es la muerte de un carabinero que no era violento, ni en su vida privada ni en sus funciones; también fue tristísima la muerte a balazos de un trabajador forestal. La familia del carabinero al menos tiene el consuelo de que su duelo es compartido por la mayor parte de los habitantes del país, que la televisión y la prensa dedicó preciosos minutos –o líneas– a resaltar la hombría de bien de la víctima. El trabajador forestal no tuvo tal despliegue. Tal vez porque un carabinero muerto merece más que un muerto por carabineros.
El cabo Vera quiso ayudar a imponer el orden y salvaguardar la propiedad privada –poca y minúscula en el lugar donde ocurrió su sacrificio–; Rodrigo Cisternas quiso ayudar a los suyos a conseguir un salario digno y dignas condiciones de trabajo. Su viuda no tendrá pensión de gracia.
Qué se olvida
¿Qué se celebra? ¿El país que es? ¿El país que se soñó y que nunca fue? De punta y taco los cementerios para la muerte y los cementerios del alma.
Este 18 de setiembre de 2007 los chilenos olvidan en un mar de chicha y vino, al son de la cueca –que pocos bailan– y la cumbia –cuando suena todos mueven el culo–, al tenor de los asados –los más pobres un choripán–, entre abrazos, gritos y falsos huasos, amparados por "mi banderita chilena" y forzados, galeotes del consumismo mercantil, olvidan, digo, ese "mantelito blanco de la humilde mesa / en el que compartimos el pan familiar".
Y si alguno grita eso de "¡Viva Chile mierda!" no gritará el desafío de vivir en una suerte de isla lejos del mundo, no gritará que no será vencido ni por la helada ni el maremoto (que hoy prefieren llamar tsumani, porque así lo dicen las agencias de prensa estadounidenses), tampoco por el terremoto ni los derrumbes –ni por la sed, ni el hambre, ni por nada–: lo gritará en un grotesco remedo de su propia vida encalillada y sin futuro.
Es necesario dejar atrás la pesadilla.
Por mantener los ideales que los llevaron a la guerra por la independencia en un tiempo que cambió murieron los Carrera, Manuel Rodriguez, fue al exilio Bernado O'Higgins, fueron las guerras civiles de la década de 1821/30…
Por tener un corazón semejante murió Allende en 1973, y con él miles más fueron asesinados, torturados, privados de su nacionalidad.
Por la ira ante la traición consumada, porque no han terminado de vencernos –ni nos vencerán–, por la memoria y por Gloria Esther Lagos Nilsson, desaparecida y asesinada, grito mi solitario ¡Viva Chile, mierda!
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