lunes, 24 de septiembre de 2007

LA SEXUALIDAD DE LOS CURAS (Extracto)

Por: Marcelo Colussi
Fuente: aporrea.org (22.09.07)

¿Por qué los curas hacen votos de castidad? No lo preguntamos en el sentido de saber qué significado pueda tener eso en términos teológicos. Lo decimos –nada inocentemente sin dudas– para poner esa práctica en tela de juicio. De lo cual pueden desprenderse otras dos preguntas.

Por un lado: ¿se puede seguir siendo tan “ingenuo” –para decirlo con cierta elegancia– como para creer que el celibato es posible? Por otro: ¿no es un absoluto despropósito que alguien que ha vedado voluntariamente, en nombre de una causa superior, su vida sexual terrenal, pueda erigirse en guía y consejero justamente en temas ligados a ese campo? ¿En nombre de qué alguien que borró de su vida lo sexual –al menos oficialmente– puede no sólo dar consejos sino imponer conductas a otros en ese campo? ¿Cómo unos cuantos varones supuestamente de vida asexuada pueden dictarles las reglas de su vida sexual a las mujeres? ¿No tiene esto algo de, además de injusto, profundamente psicótico?

La sexualidad humana, definitivamente, no es algo fácil. Y lo que en modo alguno es –¿de dónde saldría tamaño disparate?–, no es ni puede ser, es algo “puro” químicamente. Es, por antonomasia, el lugar de las contradicciones, de los malentendidos, de los fallidos. Si queremos jugar con las palabras: es el lugar de las “impurezas” por excelencia. Siendo un ámbito donde todo se juega en relación a lo que eternamente se nos escapa, a la no-conciencia es, como mínimo, dudoso que pueda sostenerse un voto voluntario de toma de distancia respecto a la sexualidad, o en todo caso, al ámbito más acotado de la genitalidad (la sexualidad es mucho más que lo genital). La sexualidad, no como instinto animal sino como campo simbólico, es constitutiva de lo humano. Es, por tanto, humanamente “difícil” (digámoslo claramente: ¡es imposible!) renunciar a ella, aunque se declare la renuncia. ¿Por qué los curas pretenderían haberlo logrado? La prueba de tal imposibilidad se revela en la cantidad impresionantemente alta de hechos sexuales de que están plagadas sus vidas: paidofilia, relaciones genitales ocultas, hijos ilegales, novias y novios por doquier.

Después de la introducción del celibato como práctica obligada en 1563 en Trento, hubo papas que continuaron su vida sexual, por ejemplo Pío IV (1559-1565, con 3 hijos) o Gregorio XIII (1572-1585, con 1 hijo). Es decir: la instauración de una medida “administrativo-legal” no termina de ordenar la práctica cotidiana o, al menos, necesita de mucho tiempo para acabar por incorporarse plenamente en la cultura diaria. En el mundo de lo sexual –fuente de equívocos por excelencia, campo donde el deseo prácticamente no tiene límites– pareciera imposible (¿descabellado?) intentar legislar. Por decreto me tienen que gustar las morenas… ¿Y qué hago si prefiero las rubias? Y si a mi prima que es lesbiana le obligan que le gusten los morenos musculosos, ¿cómo hace? ¿Se pueden decretar los días que en que hay que hacer el amor? ¿Puede alguna legislación borrar la paidofilia?

En otras religiones distintas a la católica sus guías espirituales no se ven constreñidos a pasar por ese acto de renuncia, lo cual es mucho más sano. ¿Por qué el Vaticano aún persiste en esa práctica perversa? Lo criticable en todo esto no es, obviamente, que los religiosos puedan tener una vida sexual plena; lo censurable es la hipocresía con que es manejado todo el tema en el ámbito de la institucionalidad católica: se dice una cosa y se hace lo contrario.

Y a partir de lo anterior, entonces, podemos llegar a la crítica de fondo: ¿cómo es posible, en nombre de qué, una institución que establece pública y oficialmente la abstinencia sexual de sus miembros como su regla de oro, se arrogue el derecho de erigirse en llave moral de la sociedad, orientando, guiando, estableciendo prohibiciones incluso, respecto a las normas de vida que tocan directamente el ámbito sexual?

Ello, justamente, lleva a pensar en que algo de la edificación moral que constituye nuestro mundo occidental y cristiano no anda muy bien. ¿Cómo es posible que varones intolerantes, misóginos, que no saben nada –ni quieren saber por decisión expresa– de la sexualidad femenina, puedan dictaminar qué hacer y qué no hacer respecto al aborto, a la planificación familiar, al divorcio, a cómo criar los hijos? Suena extraño, ¿verdad? ¿No será hora de ir desenmascarando tanta hipocresía?

mmcolussi@gmail.com

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