Carta abierta a los 36 parlamentarios que interpusieron el Recurso de
Inconstitucionalidad de las Normas de Regulación de la Fertilidad ante el Tribunal Constitucional.
Por: Max Barata
5 de Abril 2008 (Año y mes de la verguenza nacional)
Queridos Señores (33) y Señoras (3);
Bueno, por lo general las cartas abiertas son respuestas a algún comentario o acción de alguien relativamente importante escrita por alguien definitivamente insignificante, así que primero que nada el título no puede estar mejor puesto.
Segundo, mis queridos ilustres diputados, les confieso que nosotros -la ciudadanía- no esperamos la gran cosa de ustedes en vuestra calidad de legisladores. Es decir, ya sean oficialistas o de oposición, con quien se junten o no, lo que coman, lo que hagan o no con sus vidas (y con nuestro dinero), o que de vez en cuando nos enteremos de una que otra de sus fechorías no nos quita el sueño. Como sabrán –y vaya que lo saben- los chilenos somos en general personas tranquilas, quitados de bulla, más preocupados de ir al supermercado en nuestro poco tiempo libre o bien compartir con la familia y amigos.
La verdad que eso de salir a las calles a manifestarnos en masa o protestar en la Plaza Italia y romper mamparas y alumbrado público no es algo que hagamos muy frecuentemente (excepto para el 11 de Septiembre y el Día del Joven Combatiente, claro está). Así, que a alguno de ustedes le de por meterse en el bolsillo las lucas
destinadas a trabajos municipales, o que se repartan al cachipún los cupos electorales, que se hayan autoasignado uno de los sueldos parlamentarios más altos del planeta (¿seis o siete millones?), que no asistan a las votaciones, que varios de ustedes participen en las comisiones del congreso en las que tienen intereses económicos, que nos hayan transformado en el último país de occidente en contar con
una ley de divorcio (la cual dejaron convertida en un enredo administrativo de puta madre), que atiendan sumisamente los llamados de las empresas que les financian sus campañas políticas, o bien que voten en el senado para agraciar a tal o cual primo, hermano, pariente en segundo grado, púdico sacerdote o extravagante guía espiritual nos tiene, en general, sin cuidado. Aunque tampoco somos tan tarados; no por nada consistentemente los elegimos -junto con el poder judicial (que coincidencia, no)- como la institución peor evaluada de la nación. En otras palabras mis patricios congresistas, que gracias al binominal muchos de ustedes estén en esos puestos sin siquiera haber obtenido una votación presentable, o que vuestro enardecido discurso
moral en ocasiones no se condiga con los intrincados orígenes de su patrimonio material, o que varios de ustedes tengan la sofisticación de una garrapata y la altura de miras y vuelo intelectual de un semáforo, todo eso nos importa un pepino. Como pueblo, como masa, como lumpen, como empleado fiscal, como profesora de provincia, sabemos que el poder es un juego al que nos estamos invitados. Eso lo hemos sabido desde siempre, desde que nuestros antepasados llegaron arrastrados por
la cesantía desde las salitreras o bien escapando de los caseríos latifundistas. Así ha sido siempre y no vemos porque debiera cambiar justo ahora. No tenemos problemas con eso, de verdad. Luego, espero nos lo reconozcan, desde una perspectiva histórica creo que les hemos dado bastante manga ancha. No se pueden quejar; los tenemos bastante malcriados a los perlas.
Ahora bien, y entrando de lleno al punto que ha suscitado merecidorevuelo durante estos últimos días y que me ha obligado a sacarme el
bronceador y detener mis merecidas vacaciones en las hermosas Islas Seychelles para abocarme a mis labores comunicativas cívico-ciudadanas, este último numerito que se han mandado al interponer un recurso de acusación en el Tribunal Constitucional para
prohibir la distribución y uso de ciertos métodos anticonceptivos (algunos de los cuales se vienen usando hace más de cuarenta años) y estando ad portas del que a todas luces será un desfavorable fallo (desfavorable para el sentido común), este último de sus actos nos ha producido tal desconcierto, desazón y molestia que bien podría decirse que se acercan peligrosamente a límite de nuestra benévola paciencia. En otras palabras mis queridos ilustres, en estos momentos la ciudadanía nos preguntamos; ¿que cresta creen ustedes que están haciendo?
Con sus intrincados argumentos medievales y vociferando enardecidos panfletos sólo inteligibles para ustedes y sus más cercanos han intentado ha martillazo limpio imponer sus parafernálica y fláccida moral sobre todo el pueblo de Chile. Han metido su ponzoñoso dedo legislativo y judicial en el útero de cada mujer en esta tierra. Sin que nadie se los pidiera, sin que nadie lo necesitara, serpenteando y palmoteando espaldas por entre los fangosos pasillos del aparato judicial chileno (que siempre se muestra tan solícito a escucharles) se han inmiscuido en el vientre de cada mujer, de cada madre, de cada abuela, de cada hija, de cada esposa, de cada polola, de cada pareja de nuestra largiforme nación. Bien hubiésemos esperado este
comportamiento inquisitivo y pechoño de esa tropa de fanáticos religiosos con los que se rodean y que ya antes nos habían divertido al lograr la prohibición de la película La Última Tentación de Cristo (algo que en su época vimos más bien como una anécdota para el recuerdo). Pero ustedes, ustedes son Diputados de La Republica
¡Ustedes son Honorables Diputados de La República de Chile! ¡Ustedes fueron elegidos! ¡Ustedes!, que pasaron por el cedazo de las urnas ¡Ustedes!, que debieran al menos fingir que nos escuchan ¡Ustedes!, que debieran saber que el nuestro no es un mundo de cilicios autoflagelantes ¡Ustedes!, que en sus manos radica el poder para
afectar la vida de cada chileno, ya a que a diferencia de vuestra merced, nosotros no tenemos fuero y seremos juzgados y regidos en corrientes tribunales de acuerdo a las normas que salen de sus manos alzadas ¡Ustedes!, que haciendo de patronos ginecobstetras ahora se han metido en nuestras sábanas y han manoseado hasta en lo más recóndito de nuestros abdómenes, y con una soberbia de la que hace alarde sólo el que tiene pavor por el más allá, han dictado cátedras paganas sobre temas que le son más propios a la ciencia -¡La Ciencia!- y al sentido común.
Durante estos años de democracia, ataviados en oropeles, acarreados por sus choferes particulares, refugiados en sus inexpugnables oficinas en el Congreso, protegidos por guardaespaldas, custodiados por guardias privados y conserjes que velan por cada uno de sus bienes en los lujos condominios precordilleranos en los que habitan, han
construido y deformado de tal forma su perspectiva de la realidad que ya ni siquiera son capaces de vislumbrar las consecuencias de sus actos. Con una mano se han tapado el rostro con un manto de seda mientras que con la otra han blandido la fusta de su moral rancia y añeja que hasta ahora nos había parecido más bien una benigna
consecuencia del circo por el que cada año tenemos que pagar cientos y cientos de millones de pesos. Y ahora ese monstruo de siete cabezas engendrado en ese show de candilejas se ha vuelto una vez más contra nuestra ya no sólo para quedarse con nuestros trabajo, con nuestros impuestos y con buena parte de nuestra vida de sacrificios y largos horarios; ahora también quieren nuestras almas. Y nos apuntan con el dedo y nos juzgan y condenan con cargos que a duras penas logramos entender.
Ya que para nosotros llevar una T en el útero no significa estar condenado a arder en el infierno hasta el fin de los tiempos.
Nosotros no creemos que estemos matando un ser humano ni mucho menos.
No nos consideramos aborteros o asesinos, como ustedes nos llaman.
Asesinos son otros. Asesinos y genocidas son otros. Ustedes, mis 36 dignísimos diputados, levitando en la nube del poder, la indiferencia y la soberbia ya no son capaces de advertir que no somos más que personas normales con un trabajo, con familia, tratando de pagar cuentas, y dándonos pequeños gustillos muy de tanto en tanto, y a crédito. No sentimos ni queremos la culpa que ustedes cargan y no nos
agrada que nos apunten con el dedo. Al contrario, y en vista a que están sentados en esos felpudos sillones gracias a nuestros votos, de verdad apreciaríamos que nos hicieran las cosas más fáciles, y no al revés, como lo están haciendo ahora. Especialmente ustedes que se decían los paladines de las preocupaciones reales de la gente (a propósito; ¿qué opina le gente de esto?). En vez de tener que convivir
con sus cabezas enredadas en nuestras sábanas, apreciaríamos que tuviesen la misma convicción y premura que han demostrado en estas lúbricas materias en asuntos que nos serían de mucha más utilidad. Por ejemplo, no nos vendría mal una ayuda con el impuesto específico de la bencina que junto con el precio del petróleo nos tiene los bolsillos raquíticos. Ni nada de mal estaría algún socorro para con el precio del pan y de la leche, o mejor, ya que están preocupados de la salud de los chilenos, algún proyecto ley que nos ayude con el tema este de las Isapres que se ponen tan pesadas cada vez que uno de los nuestros les da por enfermarse en serio. Y si no quieren o no les dejan abocarse a esos temas, pues al menos déjennos en paz. No necesitamos de sus acciones coercitivas. Déjennos vivir como vivimos. Así somos
nosotros, la masa, el populacho, la plebe, el C2 y C3, así somos; nos gusta tirar, fornicar, hacer el amor, o como quieran llamarle. En todas las formas y colores; con amor, sin amor, con pasión, apurados, aprovechando la hora de colación, una cortita, una larga, el candado chino, en fin. Por favor no olviden que al igual que otros mamíferos superiores, como los delfines, papiones y chimpancés, nosotros, el
populacho, no tiramos sólo con fines reproductivos; tiramos por que nos gusta. Tiramos por que es rico. Y claro que también nos mandamos nuestras cagadas, y por eso que necesitamos de la famosa pastillita.
Claro que nos mandamos nuestras cagadas, ya que a pesar de que nuestra presidente es doctora, mujer y laica, y también en buena parte gracias a ustedes, jamás en nuestra vida tendremos una decente clase de educación sexual en la escuela. Nunca nadie nos enseñará a planificar a una familia, nadie nos dará un condón en la escuela ni nadie nos contará del procedimiento para conseguir anticonceptivos en los consultorios. Para nosotros la palabra gameto nos suena más a algún olvidado delantero de la selección brasileña de fútbol. Para nosotros el ciclo menstrual nos es tan misterioso y confuso como el software de gestión de flota del Transantiago, y vaya a saber uno que chucha es coitus interruptus. Todo lo aprenderemos a tientas, a empellones, a oscuras, murmurando. Y en esas condiciones de analfabetismo-genital
claro que nos mandaremos nuestras cagadas y necesitaremos de la pastilla de emergencia, más cuando no contamos con el dinero para comprarla a sobre precio en alguna de las coludidas cadenas de farmacias en los barrios acomodados, donde, cosa más rara, sí es posible conseguir la famosa píldora. Y créannos, ilustrísimos
iluminados, que a pesar de nuestras pulsiones y comportamiento primitivo conocemos las consecuencias, y es por eso mismo que suplicamos por su benevolencia. Porque sabemos que no sería fácil ser madre a los quince, catorce o trece. Porque si ya es difícil tratar de aprender algo en una escuela pública con un presupuesto de treinta mil pesos mensuales por alumno en la que apenas si aprendes a leer y a escribir, mucho más nos costaría cuando tienes quince y te quedas embarazada. Mucho más nos costaría cuando el director del colegio subvencionado (el mismo que falsifica las asistencias) te expulsa para que no le des "mal ejemplo" al resto de las compañeras.
Mucho más nos costaría cuando ser madre adolescente es un estigma y una carga, y no
una bendición.
Nosotros, mis hidalgos 36 promulgadores, respetamos sus creencias religiosas y morales a las que incluso mayoritariamente adherimos o simpatizamos de una u otra forma, aunque definitivamente no con el fervor con el que ustedes aparentan hacerlo. Incluso, con un poco de imaginación, podemos entender los motivos por los cuales ustedes llegan a los extremos delirantes en los que viven; que piensen que el sexo prematrimonial es un pecado, o bien que le digan fornicar a eso que nosotros hacemos con tantas ganas cuando nos gustamos. Pero a diferencia de ustedes, nosotros no pretendemos que todo el mundo haga lo mismo que nosotros. Jamás se nos pasaría por la cabeza tratar de imponerles tal o cual código de conducta sicosexual, ni mucho menos juzgaríamos con intrincados trabalenguas morales lo que cada uno de ustedes hace en su vida privada con sus prosaicos aparatos reproductivos. Mucho menos -si tuviéramos el tiempo disponible, lo que es difícil cuando trabajas diez horas diarias y tienes que viajar otras tres en transporte público y con suerte nos dan una semana de vacaciones al año- iríamos a un Tribunal Constitucional haciendo la
del niño taimado para intentar imponer nuestra obtusa visión del mundo a punta de pataletas ¿Por qué entonces ustedes lo hacen con nosotros?
¿Por qué no nos dejan en paz? ¿Por qué no nos pegan una ayudita en vez de andar hueviando?
Tengan cuidado honorables, que a diferencia de otras veces, como ya dije, a diferencia de sus otros faranduleros espectáculos, esta vez ya nos están empezando a empelotar de verdad, se los digo. Quizá la próxima vez que sea llamado a votar obligatoriamente (ya que, cómo no, tampoco se han tomado la molestia de bogar por el voto voluntario), quizá a diferencia de aquellas otras veces en que anulé el voto o voté al cara y sello, ahora quizá me tome la molestia de echarle un vistazo a la papeleta para ver si aparece alguno de estos 36 lunáticos en ella. Y quizá, cuando llegue la hora también me reservo el derecho de mirar con fundada suspicacia al candidato o candidata presidencial que ustedes me pongan enfrente. Quizá me pregunte y repregunte si vuestro elegido vive en el mismo mundo de fantasía y de superchería que ustedes, viviendo en la misma autista alucinación, desconectado de nuestro sentir, de nuestras necesidades y de nuestros anhelos.
Para terminar mis queridos diputados, ya que esto está muy largo y a estas alturas medio cursi y latero, lo más desconcertante e irritante de todo es que con su acción maletera no han alterado ni una coma el fondo del asunto, es decir, sobre la legalidad de vender o no la -denominada por ustedes- Pastilla de Satán. La pastilla se seguirá entregando a quien cuente con el dinero (y la receta, no nos olvidemos) para comprarla. Lo único que han hecho es proscribir la pastilla del sistema público de salud, o sea, han alejado la pastilla de quienes no tienen la plata. Lo único que han hecho es agigantar de una manera inexcusable el mayor pecado de nuestra tierra; han vuelto a aumentar la diferencia, han levantado otro muro entre los que tienen
más y los que tienen menos. Con todo el poder que ostentan, con todo el poder de ese mar que tranquilo te baña, con todo el poder que les fue entregado, lo único que han hecho es asemejar nuestro mundo -el mundo normal y cotidiano en el que los ciudadanos vivimos- a ese mundo de castas y delirios morales en el que ustedes y sólo ustedes viven. Han vuelto a parapetarse tras un muro de burocracia y poder al
que no dejan entrar. Una vez más nos han hecho más distintos, más desiguales, y más lejanos.
Muy atentamente.
Max Barata, Entomólogo
Santiago de Chile, 5 Abril 2008.
sábado, 5 de abril de 2008
CARTA ABIERTA A 36 PARLAMENTARIOS CHILENOS
Publicado por nancho en 17:02
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario