Por: Aurora despierta
Fuente: Kaosenlared.net (11.04.08)
1ª parte) Pandillismo y degradación social
El pandillismo en los sectores marginados de la juventud, es una vía degradada de validación personal, pertenencia social, medio de supervivencia y sentido de la vida, propio de una civilización capitalista en decadencia creciente; es un obstáculo más al compromiso de los jóvenes en el necesario cambio de civilización.
En las pandillas juveniles delictivas, sobre todo de los países o zonas empobrecidas, vemos que la falta de aprecio por la vida se traduce en el gusto por la violencia, por lo que tiene de destructivo y poder sobre la vida del otro y de autodestructivo sobre la propia. La aniquilación por causas a cuál más estúpida pesa menos que la inflación del “yo” aunque sea como “héroe” póstumo; como quien menos temor ha demostrado a morir aceptando un demencial reto a su “hombría”; quien pone su orgullo por encima de todo pues sin él se consideraría nada; el que menos valor le ha dado a seguir viviendo, anteponiendo el “honor” del “novio de la muerte”.
El sentido de pertenencia es una forma de inflación del “yo”, pues la pandilla debe medirse con otras y en esa competencia encuentra su validación y por ella sus miembros. Estas pandillas no sólo dan un sentido de pertenencia en el pequeño grupo sino que pueden enlazar con uno más complejo de comunidad, como es el caso del pandillismo “latinoamericano” en EEUU y ahora en España, lo que no impide su carácter antisocial. Que la pandilla tenga un carácter antisocial no significa una superación de los valores dominantes y de la dinámica del ego, sino su peculiar expresión a menor escala y con sus medios limitados, con un potencial destructivo proporcional. Expresan un desarrollo moral en la escala de Kohlberg (en nota 12) como máximo de nivel 3 (camaradería, reciprocidad), manipulado por individuos del nivel 1(amorales, individualistas, psicópatas).
Resulta difícil inhibir el comportamiento incívico, antisocial, en jóvenes y adolescentes cuando la sociedad adulta carece para ellos del suficiente ascendiente moral para reprenderles y guiarles, más si su carácter tiene tendencias psicopáticas o un muy bajo desarrollo moral. Lo comprueban constantemente en los medios de comunicación de masas (políticos, guerras...), en el ocio que se les ofrece (trivialización de la violencia, narcisismo a espuertas en la telebasura), los valores dominantes (dinero, poder), cómo se paga el esfuerzo honrado (contratos basura) y cómo a veces se consigue por nada (caprichos personales costeados por los padres)
Si un joven varón no está integrado en una comunidad de sentido (como los trabajadores de una empresa) y lo único que tiene es su cuerpo, la opción es convertirlo en una fuente de valor y marcador de la diferencia al objeto de darse una identidad además de estatus y lugar en la jerarquía. De ahí resaltar el propio sexo y lo que la tradición cultural viene a presentar como sus características (género), la “virilidad”, el machismo.
Tal vez una de las manifestaciones más extremas de esta dinámica sea la práctica del “deporte” de “surfear” trenes. En la ciudad sudafricana de Soweto, que se hizo famosa por las luchas contra el régimen racista del apartheid y por ser la ciudad natal de Nelson Mandela, hoy los niños mayores, adolescentes y jóvenes, se encaraman al tren, suben al techo y se juegan la vida sorteando los cables de alta tensión con el tren a gran velocidad, además de otras acrobacias de altísimo riesgo. Unas prácticas tan estúpidas y suicidas sólo pueden entenderse cuando conocemos la miseria en la que sigue viviendo mayoritariamente la población, el altísimo índice de delincuencia y muertes violentas o por el SIDA, que esos varones no tienen una familia y que su “hazaña” les sirve para destacar ante otros y ante las muchachas a las que no ofrecen más que la muestra de virilidad que es su temeridad. Disponiendo sólo de su vida, devaluada socialmente (miseria y marginalidad), condenada a la banalidad y el aburrimiento, la arriesgan locamente con tal de hacer algo excitante y valorizarse ante sus semejantes. Este “deporte” es tan emocionante que resulta adictivo y fuente de prestigio para sus mejores ejecutantes; sus víctimas pueden recibir entre los suyos un tratamiento propio de celebridades. Las condiciones de existencia y una concepción egoica del “yo”, aislado y empobrecido al límite, conducen a estos resultados autodestructivos. Una vida que vale tan poco socialmente apenas importa si se pierde y bien vale arriesgarla por un poco de “gloria”. En Soweto y en todas partes del mundo los jóvenes que son incapaces de encontrar un sentido a su vida, la arriesgan por muchos medios, entre los que destaca el consumo de drogas peligrosas. Y si la propia vida apenas tiene valor, no más la del prójimo que le puede ser arrebata a la vez que se le sustrae algo o por nada. (“El País”, artículo de John Carlin “Colgados del tren”, 24-XII-2006; información e imágenes también en televisión).
Nuestra mente está diseñada para integrarnos en grupos de un máximo de 150 personas, donde podemos controlar la situación, conocer a nuestros semejantes y ser reconocido por nuestro nombre. En los pueblos rurales, con edificios de una planta, había más relación entre los vecinos que en los bloques de viviendas donde sólo se conocen por cruzarse en el portal y asistir cada cierto tiempo a la reunión de propietarios, si lo son. En las comunidades de cazadores y recolectores difícilmente alguien podía llegar a sentirse tan solo y aislado como puede ocurrir en una urbe con millones de habitantes. En un medio social mucho más amplio, poco acogedor y para el que no existen escalones intermedios de integración en la totalidad (no lo es el rol de trabajador asalariado, consumidor y votante), muchos jóvenes, como modo de protección, como continuación en cierto sentido del refugio familiar pero abriéndose a los de su edad, tienden a establecer grupos reducidos y levantar fronteras de autoafirmación y protección que puede ser simbólicas (colores, etc) o territoriales (calle, barrio...).
Cuando la propia identidad no es clara y esto es especialmente acusado en la adolescencia, hay que construirla y el modo más fácil, al no saber quién se es, es el de definirse sobre todo como lo que no se es, aunque el marcador de la diferencia sea un simple color en la ropa o en la piel. Ante la pobreza de referentes identitarios, el ser de otra pandilla, otra calle, otro barrio, se hace necesario para reforzar esa identidad, para señalar lo que no se es y así tener “más claro” lo que sí se es. Como en los proyectos nacionalistas, cuanto más se parece el otro a uno, más debe subrayarse o inventarse las diferencias y antagonizar el conflicto con la violencia para justificar la distancia insalvable para el entendimiento entre ambos pues, se deduce, ¡mucha debe ser la diferencia para llegar a la violencia!. Para exhibir el propio poder, convertir el poder en algo identificable y disponer de una fuente regular de recursos, como un mercado para la venta o zona de extorsión, se hace preciso delimitar el territorio. Como en el nacionalismo, la identidad se fija con el territorio de la banda en el que está prohibido entrar, por lo que las incursiones de las bandas contrarias se entienden como agresiones -suelen serlo- y así respondidas. Expandir el territorio es expandir la zona de poder. La violencia sirve además para dejar patente la “virilidad” que se paga con gran frecuencia muriendo muy joven, como los héroes de la guerra, aunque son olvidados rápidamente. Adoptan signos como lenguaje corporal, argot, etc, que les sirven de distintivo. Unos conceptos y valores simplistas con los que sentirse orientados, racionalizar actos en su mayoría estúpidos, en un mundo y una vida de la que entienden muy poco, salvo la visión cutre, cínica, individualista y violenta.
En determinadas subculturas juveniles pandilleras, la pobreza de la pertenencia en todas direcciones (a lo que pertenezco, lo que me pertenece), conduce a hacer de la vida una propiedad y del cuerpo su escaparate. El suicida, con su acto nos dice también que dispone de su vida en lugar de dejarla transcurrir hasta su término “natural”. El pandillero sin bienes materiales, pone en riesgo tontamente su vida, no sólo para lograr una forma perversa de plenitud de existir (emociones fuertes) desvalorizando a la vez la existencia, sino para demostrar que al menos es dueño y señor de su cuerpo y de su mísera vida. Lleva su persona al límite de los riesgos, la expone a los peligros y cuando sale triunfante demuestra su señorío, su arrojo, bravura y, en su subcultura, masculinidad, revalorizando su ser. De ahí que las heridas, lesiones, cicatrices, las luzca con orgullo, pues dan fe de todo lo anterior y son como medallas indelebles reconocibles por todos, merecedoras de respeto, valoración para lograr un estatus en la comunidad y un lugar en la jerarquía masculina pandillera. Cuanto menos se tenga para perder, más en riesgo se pone lo poco que se tiene, la vida, no para conseguir una gran meta social, sino por validarla socialmente, en la competencia y jerarquía. Si no se pueden hacer inversiones de riesgo con capital para validarse con el éxito económico, sólo cabe invertir con el cuerpo que por su vulnerabilidad y naturaleza irreemplazable, supone una inversión de riesgo. Como la validación mayor se logra asumiendo riesgos mayores y como la misma validación sólo puede ser comparativa, empuja a la competencia y por ésta a sumir riesgos cada vez más elevados. Para ello, son necesarias las cualidades psicológicas, más que de valentía, de arrojo (temeridad), pues se parece más a la locura de apostar a probar suerte arrojándose por un precipicio. La violencia es por tanto una consecuencia también de esa dinámica de torneo, como los machos en celo compitiendo por el territorio y las hembras.
Ante la dificultad para identificarse con un sentido de “pertenencia a” amplio (nacional) y ausencia de pertenencias propias, se puede recurrir al sentido de pertenencia a ámbitos muchos más reducidos, comprensibles y controlables, como son la calle, el barrio. Este sentido tiene también el doble carácter de sentido de lo que le pertenece, pues en ese territorio delimitado es donde puede desarrollar su ambición de lograr algo propio en bienes (robos, extorsión a comerciantes, tráfico de drogas, etc.). Los conflictos por el territorio son conflictos, a su escala, como entre el capital y sus estados, por el mercado y las víctimas de su explotación. Estos conflictos, muchas veces por la menor excusa y altamente destructivos, son la ocasión para validarse por el riesgo, lograr estatus y establecer jerarquía y atraer al otro sexo que comparte, por el medio, bastantes de sus valores e identifica en ellos lo que es un verdadero hombre o un hombre socialmente atractivo. Las jovencitas ven en la maternidad un modo de ser más importantes aunque sea como compañeras de un líder pandillero y de tener algo propio, su descendencia. Los varones, al no poder gestar una nueva vida, tienen un papel muy secundario en su creación. Al carecer de medios para crear algo en la economía, la cultura, etc, pueden demostrar su poder sobre la existencia, arriesgando la suya y eliminando la de otros. Si no puedes ser alguien construyendo, pues destruyendo.
Para los varones que apenas tienen más que su identidad sexual, la diferencia es un marcador identitario a remarcar. El primer Otro es la mujer, por lo que debe subrayarse la diferencia de sexo con la diferencia de género. Con el Otro siempre se justifica más fácilmente la violencia sobre todo si tiene cierta funcionalidad: -subraya la distancia y por tanto la identidad diferenciada-establece una jerarquía de género a añadir a la jerarquía entre los varones-facilita por las agresiones o directamente por la violación el acceso carnal a las chicas.
Es con estos parámetros de género, virilidad, violencia, como se selecciona la jerarquía y liderazgo en la pandilla.
Existen grupos pandilleros de expansión internacional dedicados a la delincuencia que surgieron como protección e identidad de nuevos jóvenes inmigrantes en una situación de marginación frente a otros grupos ya asentados también marginados, quienes los sentían como una nueva competencia y amenaza identitaria por lo que los agredían. En estas pandillas se crea una subcultura de gestos, vocabulario, símbolos. Como vienen a convertirse desde el principio en una especie de familia extensa, “partido” ideológico subcultural y empresa delictiva, el sentido de pertenencia se expresa en el cuerpo, como escaparate, mediante el tatuaje identificador de la pandilla y de la propia historia personal en ella (como un currículum). La pandilla lo es todo en la vida de sus miembros, emocionalmente comparable a la pertenencia a una secta destructiva a la que uno se entrega y por la que se está dispuesto a todo. Su capacidad de reclutamiento entre niños mayores, adolescentes, jóvenes pobres y marginados es extraordinaria. Niños que hacen su vida en la calle, abandonados por su familia, ven en estas pandillas un sucedáneo de la misma que les ayuda a sobrevivir, protege, da un cierto afecto y sentido de pertenencia, validación y hasta un marco de “realización” personal, escalando en la jerarquía y adquiriendo una “formación profesional” como criminales. Para los quince años, ya pueden tener sobre sus espaldas más de un muerto en muchos casos. Adquieren una identidad básicamente de “guerreros” modernos, siendo sus insignias en muchos casos los tatuajes y su “ética” divide al “nosotros” contra “ellos” a quienes está permitido hacer de todo. “Ellos” son la población en general y otras bandas rivales en particular. El uso y abuso de drogas, algunas especialmente perjudiciales, puede acabar por deteriorar profundamente su cerebro haciéndolos difícilmente recuperables para una vida normal.
Estas pandillas pueden convertirse en poderes fácticos, controlando mediante la extorsión, etc la vida de grandes comunidades, convirtiéndose en auténticas mafias, incluso con “zonas liberadas” de la presencia de la autoridad efectiva del Estado o convirtiéndose en auténticos poderes paralelos. Las mejor organizadas y dirigidas por personas adultas, aunque el balance final en la economía sea puramente parasitario, saben combinar bien la extorsión de los pequeños empresarios (comerciantes, etc), con una labor de “creación de empleo” para un sector importante dentro de la red delictiva (trapicheo de droga, reventa objetos robados...) e incluso una labor de protección social que no da el Estado, pero con criterios clientelistas. Ingresar implica un compromiso de por vida; sólo se deja la banda por muerte y la deserción se castiga muchas veces con la muerte pues no es sólo una especie de traición a la “nación” sino un riesgo por sus actividades criminales. A diferencia del Estado, no disponen de cárceles y otros modos civilizados de represión, por lo que para castigar y sobre todo intimidar, recurren a modos extremos, bestiales, de violencia, en los que intervienen atavismos culturales machistas y el ejemplo de la represión de ejército, paramilitares y escuadrones de la muerte en las comunidades de origen. La dinámica que se crea en el interior de estas pandillas eleva a su cumbre a los miembros más desalmados, psicópatas, que también manipulan y oprimen a los demás miembros, sobre todo a los adolescentes y a quienes estarían más inclinados a abandonar esa vida de tener una clara oportunidad. Algunas de estas pandillas, más bien bandas de muy amplia implantación (también grupos neonazis y racistas) se están infiltrando en el ejército de los EEUU para aprovechar su adiestramiento (dato extraído del artículo de Alberto Piris “Soldados de doble uso” en la revista “Página Abierta” nº 175 de noviembre 2006).
Este fenómeno expresa la tendencia a la degradación de esta civilización, la incapacidad de la sociedad capitalista para dar un lugar digno a estas personas y favorecer su integración humanizada, respetando su autonomía, en lugar de encerrarse en pertenencias destructivas para sí y los demás. La respuesta de los Estados más afectados, al ser casi exclusivamente represiva y violenta, condenándolos a cárceles degradantes en las que ni por asomo se contempla la reinserción social, sin la superación de condiciones de vida miserables en amplísimos sectores populares, sólo sirve para agravar el problema. Las pandillas y bandas se lanzan a una escalada armamentista, aumentan su violencia, aprenden a organizarse mejor, incluso centralizando sus esfuerzos desde las cárceles (convertidas en “estados mayores”) y haciendo proselitismo como un “partido político” de los marginados criminalizados entre la población carcelaria o no, a la que llegan como resultado de las políticas de dispersión penitenciaria o repatriación (de la costa Oeste de los EEUU a Centroamérica, a los pandilleros descendientes de refugiados-inmigrantes de las guerras de “contrainsurgencia” promovidas por los EEUU y marginados a su llegada a los EEUU). Como ya lo fue en Colombia, hay una tendencia creciente a la presencia del pandillismo y mafias callejeras muy violentas sobre todo en los países socialmente más degradados, que se convierten en un reto al monopolio del poder por el Estado. Un ejemplo entre muchos lo tenemos en lo sucedido nuevamente en Río de Janeiro el 27-XII-2006, cuando bajo las órdenes de los dirigentes en prisión y como respuesta a la presión de los paramilitares en los barrios de favelas desalojando a narcotraficantes, grupos bien organizados de delincuentes lanzaron ataques al transporte y a la policía, muriendo carbonizados al menos siete pasajeros de un autobús (fuente, diario “El País”).
La presencia en España cada vez mayor de inmigrantes latinoamericanos y de países del este europeo se convertirá en una seria amenaza al tejido social si no se toman medidas preventivas no sólo en lo policial, sino sobre todo en lo social y cultural, de modo que se desactive el potencial socialmente destructivo de un aluvión de personas procedentes de situaciones en las que la violencia se ha hecho algo habitual y el modo más fácil de respuesta a las frustraciones o desaires sociales. Esto no es xenofobia ni prejuicio ni una llamada a la discriminación, sino todo lo contrario. Es una realidad cada vez más constatable que nos puede acabar estallando en la cara y dificultando la composición de las fuerzas sociales solidarias necesarias para cuestionar creativamente esta civilización. Así sería por el enorme perjuicio en la confianza social debido a la división y separación en base a diferencias étnicas, difícil convivencia ordinaria, etc, legitimando al Estado en su violencia abusiva y creando un clima general de deshumanización y brutalización de las relaciones sociales, incluso el surgimiento de grupos parapoliciales.
La delincuencia de ese perfil crea grupos muy organizados y armados que no se detienen ante nada para la culminación de metas individualistas, egoístas y psicopáticas y degradan con su intervención el medio social. Serían un obstáculo formidable en los esfuerzos por superar esta sociedad pues les resulta imprescindible su permanencia para continuar con su capacidad de extorsión, corrupción y parasitismo inviables en otro contexto social. Al reclutamiento habitual de policías y tropa sobre todo entre las capas pobres de la población, se le habrá añadido el reclutamiento de miles de personas entre las capas frustradas y desesperadas de la población minando cual termitas el tejido social popular capaz de organizarse y cuestionar esta civilización, sobre todo entre la juventud. El resultado, como se atisba ya en otros países, puede ser el surgimiento de organizaciones criminales con amplios recursos demagógicos sociales y seudopolíticos que sólo añadirán más confusión y manipulación en los sectores marginados, convirtiéndose en masa de maniobra y violencia contra los verdaderos aspirantes a un cambio social constructivo para la Humanidad y no el imperio de la ley de la selva en forma tribal con los nuevos “guerreros del asfalto” o “señores de la guerra”.
Por otro lado, la presencia de inmigrantes integrados, serviría para facilitar los lazos entre los pueblos más allá de fronteras y océanos que tanta falta nos hará para construir un movimiento internacional por superar esta civilización. Compartir una misma lengua es un capital formidable para facilitar esta unión. Que por ahora aproximadamente la mitad de los inmigrantes sean mujeres, con tendencia a ser más sensatas, menos destructivas y más responsables (los hijos) que los varones, es una ventaja y un factor de equilibrio emocional para los varones inmigrados.
La clase dominante, maquiavélicamente, a pesar de degradar con ello la convivencia social, puede fomentar en la población la desconfianza y la legitimación de la intervención represiva del Estado a base de magnificar la presencia de conflictos interétnicos y la violencia, la llamada “inseguridad ciudadana” y la “alarma social”, mediante la difusión exagerada de la “crónica de sucesos” y programas sobre la intervención policial frente a conflictos y delitos menores, como en EEUU, el programa de televisión COOP (o algo así).
En Europa en particular, en los próximos años, podríamos asistir, si no se toman las medidas necesarias, a la presencia de una tenaza cultural violenta. Por un lado tendríamos a los musulmanes (inmigrantes o no) que se sienten sobre todo socialmente marginados y que no superan valores arcaicos o caen en una regresión islamista y violenta. Por el otro, a los inmigrantes latinoamericanos o de los países del Este que han vivido o viven en condiciones sociales muy violentas, que importarían con ellos valores culturales y modos de relación social violentos. Esto se añadiría a los problemas que los “nativos”, eurooccidentales o de tradición cristiana tan bien sabemos crearnos sin la ayuda de nadie y a escala más mortífera que cualquier otro. Es más, la amenaza “musulmana”, “latina”, “balcánica” “eslava” o “albano-kosovar”, lo será sobre todo en la medida en que nosotros fomentemos el caldo de cultivo por la injusticia social producida por esta civilización capitalista europea y “cristiana”. Y el capital tiende a ello descaradamente por las ventajas inmediatas y los beneficios perversos para el futuro (división de la población trabajadora, minorías “cabeza de turco”, etc).
La burguesía se beneficia de la reducción de los costes salariales pero salvo que tenga una perspectiva a largo plazo de estabilidad social evitando estallidos sociales, no tomará todas las medidas sociales necesarias, pues no sufre los efectos que sí pueden vivirse en barriadas ya castigadas por el desmantelamiento industrial, cierre de comercios (competencia grandes superficies) o escasez de servicios públicos (guarderías, escuelas, ambulatorios médicos...) y los problemas de convivencia por diferencias de costumbres y hábitos de vida. Mientras la inmigrante cuida de los niños o ancianos del país y trabaja en varios empleos hasta hora muy avanzada, su hijo adolescente se socializa en la pandilla y el gamberrismo o algo peor, generando tensiones, sensación de inseguridad ciudadana, estimulando la xenofobia y los enfrentamientos juveniles interétnicos manipulados por la extrema derecha (“El País” 28-I-2007).
Los aspectos destructivos y autodestructivos de las pandillas juveniles pueden conocer todavía su paroxismo ante las perspectivas de “no futuro” ni personal ni para la Humanidad con la crisis en todos los aspectos provocada por el calentamiento global en una civilización ya de por sí en decadencia. La legitimidad de cualquier autoridad, en general la de los mayores que fuimos incapaces de evitar el desastre y arruinar su futuro, se vendría abajo. A falta de una alternativa de civilización, el potencial de odio, desesperación y destrucción puede ser algo jamás alcanzado por otras generaciones.
La subcultura juvenil de “tribus urbanas” según gustos musicales, atuendo, etc, forma parte del proceso de socialización propio de la juventud y su sentido de pertenencia, identidad y expresión. Cuanto más rica, sofisticada, cultural sea, y se pueda integrar en una sociedad favorable a la unión y colaboración de sus miembros, más saciará la necesidad identitaria y expresiva y por tanto, menos se recurrirá a la violencia como expresión de la virilidad por identidad de género por disponer de poco más que el propio cuerpo. Salvo que la identidad de la “tribu” tenga importantes elementos propios de la sociedad adulta que lleven al conflicto, como son los nacionalistas y políticos autoritarios (ultras del fútbol, neonazis...) o criterios etnocéntricos y/o racistas (bandas latinas, “arias”, por la “supremacía blanca”). La forma ideal de socialización de los jóvenes sería colaborar juntos y con los adultos en la actividad social, política y cultural por cambiar de civilización.
En particular, una sociedad capitalista imperialista como la de los EEUU necesita del recurso a la fuerza para garantizar su funcionamiento acumulativo. De ahí el interés de sus élites empresariales, políticas y militares en condicionar a sus ciudadanos para que asuman o admitan la violencia. Por eso, la sociedad con tal vez más abogados por habitante, con eficientes lobbys, astutos expertos en redactar leyes a favor de los intereses empresariales o coartando las libertades con el pretexto antiterrorista, con una cantidad enorme de economistas, sociólogos, psicólogos, publicistas, especialistas en persuasión de masas y con su “mayoría moral”, resulta que es totalmente “incapaz” de tomar las medidas más elementales y de sentido común para el control de las armas a sus ciudadanos, de prohibir el uso que se hace de la violencia en programas de televisión, películas, videojuegos, etc, cuando está archidemostrado, para quien desee saber, que la difusión del miedo (sobre todo al negro delincuente), la alarma social infundada (el menor delito sale en los informativos), la frivolización de la agresión y la muerte, son el caldo de cultivo perfecto para que desde la infancia, la adolescencia, se recurra a la violencia por temor o agresión, para dirimir incluso nimios roces entre las personas. No pueden compararse con los países a los que han contribuido a hundir en la pobreza -otro caldo de cultivo perfecto para la violencia- siendo la principal potencia económica, sino con Canadá y los países nórdicos europeos. Pero no les interesa, pues les conviene su “modo de vida americano”, al ser funcional para su imperialismo belicista. ¡Hasta las cárceles se convierten en excelente negocio al privatizarse con lo cual es de su interés que haya delincuencia, violencia, para aumentar sus ingresos (de reclusos y beneficios)!. El problema es tan “irresoluble” como en un país pobre asegurar a los niños al menos su vaso de leche al llegar a la escuela, mientras se destinan millones de dólares a la compra (a EUUU u otros, incluida España) de armamento para su ejército de vocación golpista, guardián de los intereses de la burguesía y el imperialismo contra su población trabajadora y marginada.
En la segunda parte reflexionaremos con esta orientación sobre las revueltas del 2005 en las barriadas francesas (banlieue).
Nota sobre el origen del artículo: Este artículo es la primera de dos entregas de una trascripción y adaptación de parte del texto y la nota (anexo) 9 recogida en mi libro (245 pág A4) ¿Quién soy? ¿Cuál es el sentido de la vida?. Respuestas para orientarnos en un mundo en crisis. Del cambio climático al cambio de civilización, colocado en Kaosenlared el 31-X-07 y adaptado para imprimirlo mejor, el 4-XII-07. Una exposición somera sobre la génesis de la identidad personal y la ilusión del ego, en Holocausto judío, identidad y psicología nazis. Un fenómeno propio de la civilización capitalista en decadencia, en kaosenlared el 12-XII-07...Para localizar fácil el libro, otro, los artículos y “cuadernos” que voy publicando, buscad con el buscador de kaosenlared, por Aurora Despierta luego seleccionad por Autor y Procedencia y Ordenado por Fecha, Buscar.
viernes, 11 de abril de 2008
JUVENTUD MARGINADA, IDENTIDAD CONFUSA
Publicado por nancho en 15:08
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