martes, 8 de abril de 2008

ENTRE EL TERRORISMO BUENO Y EL TERRORISMO MALO

Por: Hernán Montecinos
Escritor-ensayista

El presidente de Venezuela ha solicitado, a los gobiernos del mundo, que dejen de considerar a las FARC y al ELN, como grupos terroristas para pasar a catalogarlos como fuerzas insurgentes. Según explicó, con ello quedarían regulados por el Protocolo de Ginebra sobre conflictos de guerra. Además, precisó, que el enfrentamiento en Colombia entre guerrilla y gobierno, sobre cualquiera otra consideración, en su fondo es un problema político y, por tal, debe encontrar una solución dentro de dicho campo.

Bastó sólo esto, para que una oleada de refutaciones se hiciera caer sobre la propuesta del presidente de Venezuela. Pareciera ser, para algunos, que Hugo Chávez fuera el mismo diablo que se hubiera instalado en la región, al que habría necesariamente que exorcizar para espantarle todo aquel espíritu maligno que quiere hacer caer sobre nuestro continente. Esta imagen, por cierto, está siendo digitada, desde el propio Estados Unidos, por el mayor criminal terrorista a escala planetaria, George W. Bush, y cuyas pautas aquí en nuestro subcontinente las está siguiendo muy dócilmente el presidente Alvaro Uribe de Colombia. Mediante un intenso y majadero bombardeo mediático, entre otras perlas, se pretende hacer creer a la opinión pública, de que el presidente Hugo Chávez, a raíz de su propuesta, es un aliado de las FARC y, correspondientemente con ello, del terrorismo.

Sin embargo, esta propuesta de Chávez no es nada nueva. Se tiene conocimiento, por ejemplo, que Alfonso López Michelsen, ya había hecho la misma proposición hace algunos años atrás. Sin embargo si bien, en su momento, a este representante de la oligarquía, no se le prestó debida atención, nadie lo tildó de ser amigo de las guerrillas, ni puso en tela de juicio su capacidad intelectual y mucho menos su cordura. A saber, López Michelsen, ex presidente de Colombia, luego de retirarse de la política activa, tras rechazar ser candidato a la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, emprendió una fuerte campaña en favor del intercambio humanitario entre las fuerzas beligerantes en Colombia. Pero no sólo Chávez y López Michelsen han dejado oír sus voces en este sentido (beligerancia con trasfondo político), porque más allá de calificativos interesados de personajes tan genocidas, como Alvaro Uribe y George Bush, se han dejado oír también otras voces sensatas de personalidades e instituciones respetables que en distintas instancias han enfocado el conflicto que se vive hoy en Colombia bajo su verdadera y compleja dimensión.

En efecto, Amnistía Internacional (AI), por ejemplo, ha señalado, refiriéndose a la declaración del gobierno colombiano, en cuanto a que “no existe conflicto armado, sino una guerra contra el terror”, que ésa es una “interpretación rechazada por numerosos organismos internacionales como el Comité Internacional de la Cruz Roja y la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos”. Ha señalado al respecto AI, que su objetivo “sigue siendo que terminen las violaciones de los derechos humanos cometidas por todas las partes del conflicto interno colombiano”, y que “hay mayores posibilidades de obtener este objetivo teniendo en cuenta las acciones de un grupo más que su denominación”… “En lugar de detenerse en un debate semántico sobre cómo calificar a las FARC, el gobierno colombiano debería preocuparse por el hecho de que las partes en conflicto, sea la guerrilla, los paramilitares o las fuerzas de seguridad, siguen ignorando los derechos humanos y la legislación humanitaria internacional”, rubrica su declaración AI.

También, el actual presidente del Polo Democrático Alternativo, Carlos Gaviria Díaz, ex magistrado de la Corte Constitucional, entrevistado recientemente reiteró, lo que ha venido sosteniendo desde los tiempos en que ofició como magistrado, que los grupos insurgentes de Colombia en su condición de tales tienen el carácter de grupos políticos; no se requiere que haya una declaración oficiosa de los gobiernos para que tengan tal estatus. Además, ha agregado, este destacado jurista, que el hecho que las FARC y el ELN, sean responsables de delitos de lesa humanidad, el que incurran en ellos, no hace que pierdan su carácter de actores políticos.

Más recientemente, La Corte de Copenhague consideró tanto a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia como al Frente Popular por la Liberación de Palestina como movimientos sociales insurgentes y no como organizaciones terroristas porque "no están involucradas en aterrorizar a la población". Hay que considerar también que ni la ONU ni el Parlamento Latino Americano incluye a las FARC como agrupación terrorista, tal como si lo ha hecho la Unión Europea. Por lo mismo, la decisión proveniente de un Tribunal de un país europeo ha puesto en muy mal pie la decisión de la U.E., la cual es considerada sólo como un pronunciamiento político-ideológico interesado, lo que no se aviene con las normas jurídicas internacionales respecto de este tema.

También han emitido sendas declaraciones sobre el tema, los presidentes Evo Morales de Bolivia, Daniel Ortega de Nicaragua y Rafael Correa de Ecuador, y obviamente, el gobierno de Cuba a través de su ministro de Relaciones Exteriores Pérez Roque. Todas estas declaraciones, con algunos matices han seguido el hilo conductor de la lógica del pronunciamiento de Hugo Chávez al respecto.

Entre el proyecto político y social de Bolívar, que es la bandera del Presidente Chávez y el estandarte del santanderismo, de la guerra y de la muerte, de la recolonización neoliberal del imperio, del narco-paramilitarismo que se tomó por asalto la Casa de Nariño, hay una distancia como de la tierra al cielo. Chávez mira el conflicto colombiano con ojos de realidad; Uribe es un autista, un lacayo fanático de los halcones de Washington, cegado por el odio. Chávez anhela con vehemencia la paz de Colombia, y sabe bien que esta pasa por el reconocimiento del conflicto social y armado, de la existencia de dos partes contendientes, del incuestionable carácter político de la insurgencia, y persuadido de esta realidad considera indispensable el reconocimiento de las FARC y del ELN como fuerzas beligerantes.

Con todo, el hecho es que, a partir de la proposición de Chávez, se ha vuelto a reavivar el debate sobre los alcances y significado del terrorismo, a raíz de hechos recientes que han horrorizado a la opinión publica mundial, ya sean los secuestros de las FARC, así como, las torturas en las cárceles de Abu Gahrib y Guantánamo, y los indiscriminados bombardeos en Iraq y Afganistán sobre civiles inocentes, no beligerantes, etc. Como sabemos, para el caso del conflicto armado que se vive en Colombia, cada vez que se ha presentado una u otra propuesta, para ir a su solución, la semántica ha venido a reemplazar la compleja dialéctica de la realidad colombiana, aquella que dio origen al movimiento guerrillero de las FARC, hace ya más de 50 años.

Ahora bien, … ¿Son o no son movimientos terroristas las FARC y el ELN? Enfrentados a esta pregunta creo que no viene al caso poner en cuestión el hecho que la insurgencia en Colombia comete y ha cometido innumerables y despreciables actos que atropellan la dignidad humana, de lo cual el secuestro de personas es sólo una de sus caras. Pero así como no se puede poner en cuestión el carácter de ciertas acciones de las FARC, tampoco se puede poner en cuestión el “terrorismo de Estado”, que se ha venido ejerciendo en Colombia, desde el año 1948, por la elite y burguesía criolla, a través de su brazo armado -terrorista ejecutor-, el ejercito colombiano y los paramilitares de derecha. Por lo mismo, no se hace necesario listar, para no ahondar el horror, las aberrantes transgresiones a los derechos humanos ejercidas, en contra de la dignidad de las personas en Colombia, tanto por las fuerzas guerrilleras y el ejército colombiano (con la ayuda estos de asesores norteamericanos), así como por los paramilitares de derecha, los que han actuado, estos últimos, en la más completa impunidad amparados por los gobiernos de turno.

Bajo este prisma no puede ser explicada, ni justificada, ninguna acción terrorista, cualquiera sean los motivos, ya sea por razones de seguridad, de sustentación de principios ideológicos, o por defensa nacional, combate al enemigo, etc. Términos corrientemente usados en los medios de comunicación, tales como, apremios ilegítimos, daños colaterales, violencia innecesaria, excesos, etc., son sólo sofismas para encubrir ante la opinión pública mundial, o ante tribunales, actos de clara connotación terrorista. Así, por tanto, la desaparición forzada de personas, el secuestro, la tortura, el asesinato y el genocidio, la profanación de tumbas, el indiscriminado bombardeo sobre poblaciones de civiles, son delitos de Terrorismo con absoluta independencia de quien los cometa o el lugar en que se lleven a cabo.

Para decirlo muy breve, quienes cometen actos terroristas son Terroristas, y punto. No es excusa ni atenuante las ideas que digan defender, ni los objetivos superiores que esperan alcanzar. Los actos terroristas siempre han sido, son, y deben ser repudiables, vengan de donde vengan. En su tiempo, la Inquisición quemando cuerpos para salvar almas herejes, las Fuerzas Armadas de Chile, secuestrando y haciendo desaparecer personas para salvar al país de la “lacra marxista”, o la triología Bush, Aznar y Blair, formando una coalisión de guerra para salvar la democracia en Irak y librar al pueblo de la tiranía de Hussein, son todos actos terroristas. No valen las razones con las que pretenden avalarlos. No sólo porque esas razones suelen ser mentiras que ocultan propósitos más de fondo, sino y sobre todo, porque los hechos son agresiones a personas desarmadas y no beligerantes.

Por eso, más allá del juego semántico y las implicaciones jurídico-políticas que se puedan hacer sobre los términos “terrorismo” o “insurgencia”, lo cierto es que existe en la sociedad colombiana una realidad geopolítica concreta que no puede ser desconocida, y que dice relación con la existencia del emplazamiento de un Estado Insurgente en territorio colombiano, que ha venido controlando, sucesivamente, por decenas de años, algunas regiones, fundamentalmente, en zonas al interior de la selva. Ese es un dato de la realidad indesmentible, que no pueden desconocer ni opacar, ni el juego semántico, ni la retórica, ni tampoco elucubraciones teóricas jurídicas interesadas.

De este modo, a pesar que el gobierno del presidente Uribe afirme, que todos los grupos violentos del país son terroristas, con el objeto de desconocerle a las FARC el status de grupo político, tal pretensión no se puede entender ni con la verdad jurídica universal, ni con los propios hechos tal como se han venido sucediendo a través de largos años. Se trata, sin duda, de una descalificación ideológica para servir a los propósitos de la guerra, cuyo mayor interesado en promoverla y mantenerla en nuestra región, es el gobierno de Estados Unidos, orientado en un claro propósito de establecer una cabeza de puente en suelo colombiano, para desde allí, bajo la excusa de combatir a las FARC, mediante el expediente de su poderío militar, poder espantar cualquier propósito nacionalista en la región, que tienda a implementar reformas nacionalizadoras que vayan al rescate de nuestras riquezas, hoy en manos extranjeras.

Para ello, frente al despertar de algunos pueblos de nuestro continente, Estados Unidos pretende recurrir al máximo expediente para hacer recular dichas políticas: la fuerza militar alentada por una ideología de guerra subrepticiamente digitada desde el Pentágono y recepcionada muy a placer por el paranoico y ultraconservador presidente de Estados Unidos, George W. Busch, bajo el claro e inconfesado propósito de establecer su predominio sobre todas las regiones del mundo. Y sobre todo, a no olvidar, el intento de predominio sobre las riquezas del petróleo, más sobre todo, cuando hoy en Venezuela se han descubierto las mayores reservas del mundo, lo que hará que ese país, en muy pocos años, sea el mayor productor y exportador de petróleo, superando a Arabia Saudita. Por esta y otras razones, es que hay que disparar con todo contra Chávez y Venezuela, por lo que el problema de las FARC, para Estados Unidos, es sólo una excusa.

Y esto tanto es así, que no deja de ser revelador las recientes confesiones de Jhon Perkins, ex asesor del Banco Mundial, al señalar textualmente: ’”Nosotros, sicarios económicos, ingresamos en el país diciendo: qué bueno, ustedes no pueden pagar su deuda; entonces tienen que hacernos un favor: vender su petróleo a nuestras compañías a un precio bajo, votar con nosotros en Naciones Unidas o conceder una base militar en su país, como Manta en Ecuador, y de esta manera hemos conseguido ese imperio global, el primero del mundo.’”

Así, con todas las letras, lo declaró el señor Perkins al noticiario Contextos, de la cadena Telemundo, Univisión en Miami. Y fue más allá. Explicó que cuando él y sus colegas no cumplían su misión, entraban en acción ciertos chacales, como los calificó, que incluso llegaban a asesinar. “Como hicieron con el presidente ecuatoriano Jaime Roldós y el panameño Omar Torrijos”. A buen entendedor pocas palabras, por lo que no habría que agregar más sobre este asunto.

Ahora bien, más allá de la particularidad específica que merece la atención del conflicto armado en Colombia, lo cierto es que, hoy por hoy, todo pareciera indicar que cualquier posición reivindicatoria, que contravenga el status quo neoliberal, impuesto en nuestros países, necesariamente tendría que ser terrorista. El caso de la reivindicación mapuche en nuestro país es un claro ejemplo de ello. Para el gobierno colombiano, en tanto, la lucha secular de años que han venido sosteniendo las FARC y el ELN, están recibiendo dicho mismo trato. Aplicando esta lógica de hoy querría decir que el movimiento 26 de Julio en Cuba, que encabezó el triunfo de la Revolución Cubana, también habría sido un movimiento terrorista. Por lo mismo el movimiento sandinista en Nicaragua, en su tiempo, tendría que haber corrido igual suerte, y los guerrilleros del Viet Cong -que terminaron por derrotar a los norteamericanos en Vietnam-, tendrían también tal calificativo. Remontándonos mucho más atrás, los combatientes patriotas, en nuestro país, que lograron nuestra independencia de la corona española, no sólo habrían sido unos facinerosos bandidos, como los tildaba el poder imperial de España y sus acólitos criollos sino que, más allá de ello, en la jerga de hoy, habrían sido tildados también de perversos terroristas.

En un contexto así aparece como un despropósito de los medios de comunicación, -controlados en su mayor parte por los grupos económicos más poderosos del mundo-, de unilateralizar el término terrorismo asignándoselos a un solo lado de los entes en conflicto, sobre todo, a sabiendas de que uno de sus principales invocantes, los Estados Unidos, ha sido y es, el mayor Estado terrorista que ha estado actuando a escala planetaria en todas las regiones del mundo. Sus intervenciones en varios países del mundo, con indiscriminados bombardeos que asesinan diariamente a gente civil inocente, especialmente, mujeres ancianos y niños, es un claro ejemplo de ello.

Como sabemos, las aberrantes torturas en cárceles de Guantánamo y Abu Gharib, entre otros, ni siquiera las películas de ficción podrían representarlas en todo su horripilante horror. Incluso, si de secuestros se trata, el mundo bien sabe que ésta no es una práctica sólo de las s FARC y el ELN, sino también del ejército y los paramilitares de derecha en Colombia. Para que decir el propio Estados Unidos. ¿Cuántos secuestros habrá cometido el imperio del Norte?. Por cierto, muy difíciles de cuantificar, entre otras razones, porque la prensa, obsecuente y generosa con el poder que los comete, no investiga ni menos da cuenta de ello. Así y todo, el mundo asistió atónito, al secuestro ejecutado por un comando de marines, en las personas de Antonio Noriega en Panamá, y del presidente en ejercicio de Haití, Jean Bertrand Aristide. Por si fuera poco, existen fundadas sospechas que Estados Unidos estuvo comprometido hasta los codos en el secuestro, por 40 horas, del presidente Hugo Chávez, con la clara intención de derrocarlo, e incluso de eliminarlo físicamente.

Al tenor de estos y otros antecedentes, fácil es concluir, que la visión de la opinión pública mundial, de ningún modo ha podido ser objetiva sobre el tema, encontrándose mediatizada por los discursos reiterativos de los medios de comunicación, los que responden en más del 80% a los puntos de vista e intereses económicos de las grandes cadenas de prensa, radio y televisión, en manos de los grupos financieros que participan y son correspondientes con la ideología capitalista-neoliberal asumidos por los poderes oficiales de los países del Primer Mundo. Esta realidad ha producido un estado de psicología social tal, haciéndola propicia para que la opinión pública asimile fácilmente el propósito de las simplificaciones mediáticas que se esconden tras el fondo de los discursos. Bien sabemos, por la ciencia social, fundamentalmente, por la psicología social, el poder que tiene sobre la conciencia del imaginario colectivo, el bombardeo indiscriminado de los mensajes comunicacionales transmitidos en forma majadera y reiterativa bajo el escondido propósito de unilateralizar los enfoques de los problemas desde un solo punto de vista. En un cuadro así, dichos mensajes son cómodos y fáciles de interiorizar el inconsciente del imaginario colectivo, los que en definitiva terminan por asumir, inconscientemente, los actos terroristas, en una connotación clara de evidente patrón de unilateralidad. Por lo mismo, y para el caso, nada resulta más fácil que describir las acciones de las FARC como el fruto del desvarío sangriento de un puñado de fanáticos enloquecidos que no soportan lo que es sensato, lo que es demócrata y lo que es vivir “confortable” y “libremente” en esta porción de mundo que llamamos democracia occidental.

En el caso de calificación de lo que es terrorismo, la visión unilateral que se ha pegado a la piel del imaginario social, se cumple a cabalidad lo que ya advertía premonitoramente, Eric Fromm el año 1955:
"Se asume ingenuamente que el hecho de que la mayoría de la gente comparta ciertas ideas o sentimientos prueba la validez de esas ideas y sentimientos. Nada más lejos de la realidad... De la misma forma que existe la "folie à deux" existe la "folie à millions". El hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios no hace de esos vicios virtudes, el hecho de que compartan tantas equivocaciones no convierte esas equivocaciones en certezas, y el hecho de que millones de personas compartan la misma forma de patología mental no los convierte en cuerdos". (Erich Fromm, "The Sane Society", Año 1955. Routledge, págs. 14-15).

En un esquema así, resulta muy difícil buscar un punto de equilibrio razonable que permita a la opinión pública rechazar o sentir repugnancia por métodos terroristas tan horrendos como los empleados por ejemplo, por la organización de Al Quaeda, y, a la vez, no dejarse engañar por las hipócritas palabras de gente tan facinerosa y terrorista como George Bush, Tony Blair, o el mismísimo Alvaro Uribe en Colombia. Y si en este imaginario se da por sentado que no es lo mismo el espectáculo dantesco de ver cadáveres desparramados por acción de los atentados a las Torres Gemelas en Nueva York, que firmar una orden de bombardeo desde una cómoda y lujosa oficina, teniendo como blanco ciudades y zonas en donde habitan niños, ancianos y mujeres inocentes, es hora de preguntarse muy seriamente ya, si no será lo mismo este acto terrorista o aquel, ante el sólo mérito de que cada monstruo se ha “profesionalizado” en cometer sus propios horrores.

Debemos convenir que hechos tan trágicos y dolorosos no es algo regalado ni fortuito que llega producto del azar. En efecto, en su origen, la más elemental decencia obligaba a distanciarse de las mentiras fabricadas por el gobierno de George W. Bush para dar cobertura a sus incursiones de rapiña en Asia, fundamentalmente en Afganistán e Iraq. Sin embargo, Blair decidió acompañarlo de manera activa y se hizo cómplice de las decenas de miles de muertos ­tan inocentes como los muertos en Londres­ que han causado, hasta ahora, las intervenciones militares en dicha región. Si sólo en Iraq, no han sido 3000 cuerpos mutilados como en Nueva York, sino más de 100.000, más de un 90% de ellos civiles, mujeres, ancianos y niños, e incluso enfermos que se encontraban en hospitales.

Evidentemente no resulta nada nuevo decir que la opinión pública se encuentra engañada a diario por lo que informan los medios de comunicación. Y no es que la noticia de las bombas en el metro de Londres o los de la estación La atocha en Madrid haya sido una mentira, lo condenable del caso es el de como se pautean, se sesgan y orientan las noticias para un solo lado, sin dar ni la más mínima explicación del porque se suceden tan repudiables hechos. Es que el tartufismo y el doble rasero con que se miden hechos análogos han permeado hasta la médula a periodistas y medios de comunicación. Para el caso lo que importaba era poner de relieve los 50 cuerpos mutilados en el metro de Londres, y ni siquiera decir algo, o deslizar algún inocente comentario, respecto de una de sus principales causas: reacción a los más de 100.000 cuerpos mutilados en Irak, muchos de ellos cuando yacían enfermos e inermes en hospitales.

De una cosa hay que estar seguro, nunca hubiera sucedido lo de Londres, Madrid y Nueva York, si EEUU no estuviera interviniendo, rapiñando y esquilmando desde hace años en una región inequívocamente musulmana. Ese es todo el quid del asunto, ese es su fondo, lo demás sólo son reacciones, manifestaciones últimas que afloran a la superficie pero que obedecen a todo un trasfondo complejo y mayor. En este cuadro Blair, Bin Laden y Bush son la misma cara de un mismo fenómeno derivando en un extraño y maléfico lazo de unión: responsables de una orgía de horror y sangre que no tiene parangón.

Por eso, no sin razón -advierte el cientista Atilio Borón- aparte de condenar es preciso también entender. Entender, por ejemplo, las razones que explican la emergencia de este terrorismo. Sin esa comprensión será muy improbable que alguna vez esta plaga deje de azotar a la humanidad. Para ello es preciso ponerse en guardia contra la trampa que tienden los poderes hoy imperantes en el mundo, que nos invitan a fulminar sin atenuantes las “monstruosidades” de las FARC, sin preguntarnos por el origen de éstos en su complejo y real trasfondo, clausurando así toda discusión sobre el otro terrorismo, el que es avalado ética y políticamente por los gobiernos del capitalismo avanzado.

De este modo, en el imaginario colectivo occidental se naturaliza e invisibiliza el concepto de aquel otro terrorismo, el “terrorismo bueno”, para pasar a demonizar al terrorismo musulmán o el de las FARC y los movimientos guerrilleros como el “terrorismo malo”. Rubrica Borón, en su juicio, que mediante esta alquimia ideológica, se convierte en “lucha contra el terrorismo”, sólo cuando se lucha contra el terrorismo “malo”, mientras que el terrorismo de sus adversarios, “el bueno”, rota su relación dialéctica con el primero, deviniendo en la siniestra expresión de unos pocos genios malignos que andan sueltos por el mundo.

Ahora bien, si de verdad se quiere acabar con el flagelo del terrorismo, hay que comenzar por desahuciar el doble standard moral instituido por la política exterior norteamericana; es decir, desmitificar aquella imagen que se transmite a la opinión pública del mundo de la existencia, por un lado, de un “terrorismo bueno”, auspiciado y practicado por el imperio y sus agentes, y por otro, un “terrorismo malo”, que es el que ejercen sus rivales. La tragedia de Londres, por lo tanto, pese a su inhumanidad, no debiera sorprender a nadie. Es simplemente la reacción al otro terrorismo, al mil veces negado, pero que en la realidad del día a día se practica en medio de la más completa impunidad y ante el silencio cobarde de los grandes medios que, día a día, manufacturan el consenso de nuestras sociedades.

A diferencias de los criminales atentados perpetrados en Madrid Nueva York y Londres, que han sido obra de fanáticos, las decenas de miles de víctimas en Iraq y Afganistán son el resultado de órdenes emanadas de gobiernos que se autodefinen como democráticos, que se dicen defensores de la libertad y el derecho. Los bombardeos son decididos por Jefes de Estado que se arrogan el monopolio de la verdad y la justicia y se asignan la representación del mundo. Las torturas las realizan bestias humanas, soldados entrenados y dirigidos por oficiales nombrados por esos mismos gobiernos. Por tal razón, sus crímenes son más repudiables y sus acciones carecen de la menor excusa.

Las guerras de agresión lanzadas por EEUU en nombre de la lucha contra el terrorismo sólo han servido para que el terrorismo se multiplique y encuentre nuevas causas para su proliferación. El mundo se ha hecho mucho más inseguro y la tendencia es a empeorar, pues con cada nuevo atentado se refuerzan los pretextos para nuevas guerras y cada nueva guerra otorga a los grupos fanáticos nuevos motivos para sus atentados. Un círculo vicioso sumamente peligrosos y de lo cual no se vislumbra alguna racional salida.

Por último, todos sabemos, hoy, cuántos inocentes fueron muertos en los atentados de Nueva Cork, Madrid, y Londres. Lo que nunca sabremos, es cuántos civiles inocentes han muerto y seguirán muriendo en Afganistán e Iraq y en los sectores rurales campesinos en Colombia.. Ello, porque, como con singular desparpajo lo dijo en su momento el general Tommy Franks, en esos países “no realizamos un conteo de los cuerpos”. Son, serán siempre, muertos anónimos. Cifras inciertas. Muertos de segunda o tercera categoría, en nombre de la grandeza y superioridad moral y militar de Occidente.

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