domingo, 2 de diciembre de 2007

DEJEMOS SOLOS A LOS 150 SINVERGÜENZAS DE LA IZQUIERDA ITALIANA EN EL PARLAMENTO

Por: Marina Minicuci
Fuente: Rebelión (02-12-2007)

Si el gobierno de Prodi no cae pronto, a la izquierda italiana podremos declararla extinguida

Hace unas semanas, discutiendo con un compañero francés, le pronosticaba que dentro de poco también Italia tendrá su Sarkozy. La previsión se está cumpliendo, y más deprisa de lo que yo misma imaginaba.

En Italia también estamos abocados a un bipolarismo perfecto de matriz usamericana, con los demócratas por un lado y los republicanos por otro. Aglutinantes ambos del neoliberalismo «blindado» en todos los órdenes: más Mercado y menos Estado; más privatizaciones y menos bienes públicos; más rearme y menos derechos. A unos y otros sólo les diferencian unos matices: reformas caseras más o menos «progresistas» (lo de progresistas lo pongo entre comillas, porque hoy ya es difícil saber qué se considera «progresista»).

Todo esto se materializa con el próximo dirigente de los democratici, Walter Veltroni (actual alcalde de Roma) por un lado, y por otro un dirigente de los conservatori, quizá Gianfranco Fini, actual secretario de Alleanza Nazionale, que históricamente ha sido el partido de la derecha fascista pero ha comprendido lo que está en juego, se ha desmarcado de Berlusconi y está abandonando los extremismos de derecha para situarse cada vez más en el centro.

La única diferencia que se puede apreciar entre Italia y los otros grandes países europeos es que en el nuestro no existe una formación política claramente laica. Porque los dos bandos en liza reconocen la participación de la Iglesia en la condición «moral» del país y rivalizan entre sí por la reserva de votos católicos, decisivos para ganar las elecciones.

Ante este panorama, la derecha fascista ya se ha reorganizado en otra formación a la derecha de Alleanza Nazionale, dirigida por personajes siniestros de la catadura de Le Pen, por seguir con la comparación con Francia.

Pero a la izquierda no se mueve un dedo. No se puede mover un dedo porque toda la izquierda, lo que queda de la gloriosa izquierda italiana, está en el gobierno con 150 parlamentarios (Rifondazione, Comunisti Italiani, rebotados por la izquierda de los viejos Democratici di Sinistra, Verdes) que, según dicen, no pueden votar contra Prodi para conjurar el peligro de que vuelvan las derechas, pero en realidad no votan contra Prodi para no perder la poltrona y quedarse a dos velas, sin trabajo y sin partido (la disciplina de partido es tajante: o votas como yo digo o te expulso, lo que ya ha ocurrido con dos o tres ovejas negras que osaron levantar la cerviz). Sólo que por conservar la poltrona y el sueldo pueden quedarse sin electorado, algo que ya está sucediendo.

Así las cosas, nadie debería escandalizarse si digo que ojalá caiga pronto el gobierno de Prodi y vuelvan las derechas con Berlusconi, Fini o algún otro, o gobierne la nueva formación de los democratici de Veltroni, con su promesa de dejar fuera a la que consideran —dan ganas de reír— «izquierda radical»; pues de lo contrario a la izquierda italiana podremos declararla extinguida por completo. Quedará reducida a grupúsculos e intelectuales individuales, como sucede en Estados Unidos. Lo llevo diciendo y escribiendo desde que empezó esta experiencia de los comunistas en el gobierno, y si al principio solían escucharme con cierta perplejidad, creo que hoy todos tenemos presente el desastre que ha supuesto esta experiencia y se pueden entender mejor los motivos de mi afirmación.

Con lo que ya no podemos contar es con que la izquierda parlamentaria tenga un arranque de orgullo y dignidad; no saldrán de este gobierno por escrúpulos morales, por lo menos hasta que el electorado de izquierdas no exprese alto y claro su malestar. Este pelotón de 150 parlamentarios ha votado a favor del rearme de nuestro país, de las misiones militares, de un aumento del presupuesto de Defensa del 11 % con respecto al del año pasado, que a su vez había aumentado otro 12 %. Echemos las cuentas: el gobierno de Prodi, en dos años, ha aumentado el gasto militar un 23 % con respecto al de Berlusconi. Por si fuera poco, también han votado a favor de los CPT (Centros de Permanencia Temporal), auténticos campos de concentración para emigrantes; podría seguir llenando páginas enteras para enumerar la vergüenza de esta izquierda parlamentaria, de estos sinvergüenzas que las cúpulas de los partidos han colocado en el parlamento (porque esa es otra: no los han elegido los ciudadanos, sino directamente los grupos dirigentes, en virtud de una ley electoral tramposa promulgada por el gobierno de Berlusconi, que nuestras izquierdas han agradecido sobremanera) y luego tienen el descaro de venir a nuestras manifestaciones para pedir exactamente lo contrario de lo que votan en el parlamento. ¿Cómo no vamos a rebelarnos contra esto?

No basta con decir que nuestros (¿ex?)compañeros se comportan como las derechas. También hay que decir que son más hipócritas y malintencionados que las derechas, pues han traicionado a su electorado y tienen la culpa de la extinción de la izquierda. Las derechas, admitámoslo, hacen bien su trabajo, cumplen rigurosamente lo que les pide su electorado. Si nosotros, pueblo abatido de la izquierda social, que ya no sabe con quién juntarse ni a qué agarrarse ante esta degradación, no somos conscientes de la situación y seguimos justificando, por no decir escondiendo (y escondiéndonos) aquello en lo que se ha convertido la izquierda italiana, creo que muy pronto también tendremos que endosarnos parte (buena parte) de la responsabilidad del fin de la izquierda en nuestro país.

Para rebelarnos y tratar de provocar en ellos un impulso residual de orgullo (¿o de miedo?), de momento sólo veo un modo: dejarlos solos. No respaldar ni reconocer ninguna iniciativa hipócrita suya y pedir que sus banderas no ondeen en nuestras marchas. Creo que sólo se puede hacer esto para demostrar en la forma lo que ya es evidente en la sustancia: que son grupos de poder y han perdido la legitimación de su base social por haber traicionado todas sus promesas y abjurado de los principios más elementales en que se basa nuestra cultura.

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