lunes, 24 de diciembre de 2007

LOS PECADOS DE MICHELLE

Por: Pamela Jiles
Fuente: El Paskin (22 Diciembre 2007)

Cuando Michelle llego a La Moneda –con falda y estrógenos como estandarte- parecía imposible que la primera mujer presidenta de Chile hiciera un mal gobierno. Las arcas fiscales rebosantes, la posibilidad de remover al Comandante en Jefe del Ejército -carente de la brillantez de su antecesor- , la oligarquía subyugada por el encanto arrobador de la candidata, la hacían una mandataria con todas las de ganar.

Bachelet llegó al poder gracias a su padre -un general torturado- y a que durante su campaña publicitó eficazmente una vida llena de espinas y sacrificios, sacó provecho de la imagen paterna, prometió caras nuevas, una forma distinta de hacer política y ancló las expectativas en su calidad femenina. Con ella llegarían al poder todas las postergadas por razones de su sexo. La patria sería “matria”. Prometió un gobierno paritario en el que ningún apitutado de la Concertación se repetiría el plato.

Pero la manoseada paridad duró menos de seis meses, sembrando la idea –falsa- de que en Chile no hay mujeres capacitadas para ocupar puestos de gobierno, mientras ella se muestra escoltada por una tropa de tecnócratas libremercadistas, funcionarios partidarios de cuarta categoría, rateros de cuello y corbata, dirigentes semi analfabetos y viejos gatos de chalet acostumbrados a pecharle al Estado, todos varones.

El asesor más cercano a la mandataria es Juan Carvajal, personaje de historia turbulenta. Michelle y él se conocieron en la juventud socialista, donde ambos eran íntimos de Jaime López, pololo de Bachelet que se convirtió en colaborador de la DINA. Pasaron juntos el exilio en Alemania Oriental y regresaron a Chile más o menos en la misma época. Carvajal se recibió de periodista en un curso rápido y ha sido funcionario de la Concertación desde la extraña muerte -con toda la pinta de ejecución- del dirigente del Mapu-Lautaro, Ariel Antonioletti, ocurrida en el domicilio de Carvajal luego de que éste informara a las autoridades la presencia del joven allí. Desde entonces la carrera de Carvajal ha ido en ascenso hasta llegar a ser el primer hombre de confianza de la presidenta.

En el puesto con más notoriedad de la administración, Bachelet acaba de cambiar al hijo del ex presidente Lagos –el vástago con la carrera más meteórica de la política chilena- por un “rostro” probado, Francisco Vidal, cuyo estilo canchero, altisonante y chistocito huele a la performance de un payaso decadente.

En vez de la participación ciudadana que ofreció, Bachelet manda sacar a la rastra a las mujeres que quieren expresarle su descontento. Da la impresión de que la presidenta le tiene terror a la gente y en particular a las mujeres pobres. De paso, ella se siente la principal víctima de femicidio en Chile, una incomprendida de marca mayor, y se amurra cada vez que alguien le dice la verdad.

Antes de la mitad de su período, la primera presidenta de la nación perdió ya quince puntos en las encuestas… y bajando. Se ha convertido en la mujer de cobre del cuarto gobierno concertacionista: con el precio inestable. En los buses del transantiago –a los que ella no se sube- se comenta que Bachelet es de todos los chilenos pero en la práctica sólo un puñado tiene acceso a ella. La presidenta no escucha al pueblo que la puso en el sillón presidencial. Exhibe suaves tintes rojizos, pero aparece en mezcla con metales innobles y puede producir sustancias venenosas si no se somete con urgencia a una limpieza electrolítica.

El último sondeo realizado por la Universidad Diego Portales señala que el cincuenta y cuatro por ciento de las personas encuestadas rechazan hoy la idea de que el próximo presidente sea mujer. El gobierno de Bachelet, lejos de ampliar los espacios políticos para las mujeres, nos ha dejado a todas como chaleco de mono.

A la primera presidenta de Chile le llora una buena asesoría comunicacional, un taller de manejo de crisis, algún golpe de efecto que le devuelva la cercanía con los ciudadanos –particularmente las mujeres-, retomar los rasgos de recuperación ética que la llevaron donde está, y acordarse de vez en cuando que ella decía ser una mujer de izquierda.

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