jueves, 13 de diciembre de 2007

EL TERRITORIO DE LOS LIBROS

Por: Carlos Yusti
Fuente: www.arteliteral.com

En ese cúmulo de vaticinios tremendistas, muchos con tintes apocalípticos, esta el referido a la muerte del libro.

No se requiere de una bola de cristal para enterarse que el libro, como lo conocemos en la actualidad, ante los embates de la teleinformática y de la digitalización de la información, sufrirá cambios insospechados. A pesar de ello el libro como prolongación de nuestra inteligencia y de nuestra imaginación sigue siendo una de las creaciones humanas peculiar y portentosa. La pasión en torno a los libros parece que todavía hoy no ha sufrido erosiones profundas. Al año continúan publicándose millones de libros. Quienes ha decidido descubrir las inimaginables posibilidades de los libros sin duda se atemoriza y se desalienta ante la vastedad de volúmenes impresos y de lo efímero de la vida para alcanzar a leer un buen número de ellos. Lo cierto es para iniciarse en el extraordinario ocio de la lectura lo que hay es que empezar sin prurito alguno. Herman Hesse escribió en una oportunidad: “La venerable galería de la literatura universal esta abierta a todos aquellos que quieran ingresar en ella, su riqueza no debe atemorizarlos ya que lo importante es no retroceder jamás debido a la cantidad. Dos lecturas y quizá una docena de libros pueden bastar para toda la vida, y eso es más que suficiente para efectuar una auntentica lectura”.

La lectura es como emprender ese mitológico viaje a Itaca y como escribiera el poeta de Alejandría Kavafis, lo fundamental no es llegar a Itaca, sino que el recorrido sea fructífero en aventuras. Lo apremiante tampoco es trazarse una meta de que cantidad libros se deben leer, sino de iniciar un viaje sin otra meta preestablecida que el placer y el disfrute de la lectura. Adentrarse en el territorio de los libros es una manera de rechazar ese lenguaje petrificado que fabrican las instituciones sociales. Penetrar el territorio de los libros es una manera de explorar el lenguaje alimentado de idealismo, poesía, generosidad e imaginación; lenguaje que de alguna manera horada la dura corteza de las frases hechas, de los lugares comunes hasta encontrar el fluido sentido de la vida, donde los sueños y las utopías son reino de lo posible, único espacio para el hombre dotado de humanidad, ámbito cierto de la verdadera cultura.

Emilio Lledó ha escrito: “Más duro que la muerte es el olvido”. Se leen y se escriben libros como una forma de contrarrestar el olvido. La palabra escrita es entonces el elemento imprescindible en esa lucha de los hombres contra el musgo del olvido que todo oculta. Preservar la memoria es sabernos inmortal el flujo y reflujo de lo escrito. Lledó ha especificado: “Por ello, la memoria habría de llegar a ser más importante que la vida. Pero esa memoria que se hace en vistas del futuro ha sido construida día a día con la instancia de cada presente y aunque haya faltado el protagonismo real--el Aquiles vivo al que pudiera referirse el poema homérico--, el Aquiles de las palabras resumía en su hazaña, sobre el etéreo campo de batalla del lenguaje, lo que muchos hombres, uno a uno, tiempo a tiempo, habían ido viviendo en el mínimo territorio de cada vida individual y reconociendo ahora en la sombra del sueño de la literatura”.

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