sábado, 8 de diciembre de 2007

DESCOMPOSICIÓN DEL PDC

Por: Felipe Portales
Fuente: www.G80.cl (07.12.07)

El enconado conflicto Alvear-Zaldívar constituye –más allá de sus apariencias- una manifestación de la grave crisis que experimenta el Partido Demócrata Cristiano chileno. Crisis producida por la pérdida del sentido histórico de un partido que, inspirado en los valores cristianos y democráticos, nació para sustituir el capitalismo liberal por una sociedad y una economía regidas por la solidaridad y la justicia social.

“Condenamos el régimen capitalista como factor de producción que mantiene a las muchedumbres en la esclavitud moral y económica”, afirmaba la Falange Nacional en sus Veinticuatro Puntos Fundamentales de 1935. A su vez, el PDC planteaba, en su Declaración de Principios de 1957, que “es antisocial y anticristiano un régimen que, en nombre del derecho natural de propiedad privada, excluya prácticamente del acceso a ella a una gran parte de los hombres, permitiendo a unos pocos representar, dirigir y dominar a los demás. Un sistema fundado en la concentración de los medios de producción, no es natural, sino abominable”.

Pues bien, el régimen abominable de concentración del poder económico impuesto por la dictadura de Pinochet es el que el PDC –en conjunto con los demás partidos de la Concertación- se ha encargado de consolidar en estos ya largos 17 años. Producto del hecho reconocido por la eminencia gris del proceso de “transición”, Edgardo Boeninger, de que el liderazgo del PDC y del resto de la Concertación experimentó, a fines de la década de los 80, un proceso de “convergencia” con el pensamiento económico de la derecha chilena; convergencia que “políticamente el conglomerado opositor (la Concertación) no estaba en condiciones de reconocer”.

Hace ya tiempo que esta convergencia ha sido plenamente asumida. Así, la mayoría parlamentaria con que contó Lagos entre agosto de 2000 y marzo de 2002, y con que cuenta Bachelet desde sus inicios, no se ha traducido en el cumplimiento de ninguno de los compromisos del Programa original de la Concertación de 1989, de reformar profundamente el sistema neoliberal impuesto por la dictadura. Es más, ya somos testigos de verdaderas apologías públicas de la obra económica de Pinochet efectuadas por connotados líderes concertacionistas, como Alejandro Foxley y Eugenio Tironi. También podemos ver la naturalidad con que se asume que numerosos dirigentes democratacristianos y socialistas accedan a directorios de grandes empresas, bancos y AFP. Son los casos –entre otros- del propio Boeninger, René Cortázar, Edmundo Pérez, Ximena Rincón, José Antonio Viera Gallo, Jaime Estévez y Ricardo Solari. Tampoco llama la atención los estrechos vínculos desarrollados con grandes grupos económicos, como los de Andrés y Adolfo Zaldívar con el grupo Angelini.

Qué lejos está el actual PDC de aquel partido que efectuó la liberación del campesinado del sistema semifeudal del latifundio. ¡Algo que ni el Frente Popular se había atrevido a hacer en Chile! Qué lejos de aquel partido que hizo de la organización popular un eje central de su política. Qué lejos de aquel que comenzó el proceso de nacionalización del cobre.

A tal punto ha llegado el abandono del proyecto histórico del PDC por parte de sus líderes, que la actual directiva ha desconocido abiertamente los más elementales principios democráticos. En efecto, el reciente Congreso Ideológico del PDC aprobó una posición completamente contraria a que el Estado continuara subvencionando a empresarios que operan colegios y liceos con fines de lucro. Pues bien, ¡al mes siguiente la directiva del partido se sumó a un acuerdo con la derecha para continuar con dicho esquema neoliberal en el sistema educativo!

Es claro que un partido que abandona sus ideales, valores y proyecto histórico tiene que experimentar un profundo proceso de descomposición moral y político. Se va transformando, paulatina pero inexorablemente, en una maquinaria donde lo que en definitiva importa es la conquista personal y grupal de poder; el acceso a cargos o favores públicos; y la obtención de status y prestigio social.

Además, si aquel abandono se hace en aras de una conversión al neoliberalismo pasan a ser naturales todas las formas de colusión entre los grandes poderes políticos y económicos; es decir, todas las formas de corrupción.

¿Cómo puede extrañar, entonces, que el PDC esté sufriendo desde hace tiempo una disminución progresiva de su adhesión popular? ¿Cómo puede extrañar que ya no concite ninguna mística y que sus campañas electorales estén crecientemente efectuadas por personal pagado? ¿Cómo puede extrañar que desde hace muchos años la adhesión a la democracia cristiana haya desaparecido prácticamente en los estudiantes universitarios?

De hecho, ya casi no existe vida partidaria en las propias bases vecinales. Sólo permanecen en ellas –y de modo cada vez más pasivo- los viejos militantes que se resisten comprensiblemente a abandonar su antigua fe; y algunos nuevos militantes motivados principalmente por los cargos públicos y el ascenso social que les puede ofrecer la maquinaria partidaria, a través de su influencia en el aparato burocrático gubernamental y municipal.

Por todo esto –y más allá de las apariencias- el agudo conflicto Alvear-Zaldívar no significa otra cosa que un escalón más de este profundo proceso de descomposición. Si no se produce una vuelta a las raíces de la Falange y el PDC –a estas alturas algo muy improbable- este proceso, lamentablemente, va a llevar al PDC chileno a seguir las aguas de sus congéneres italiano, venezolano, ecuatoriano, guatemalteco y salvadoreño. Es decir, a su virtual desaparición.

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