Por: Alvaro Cuadra*
Fuente: www.elclarin.cl (25.06.08)
Los nombres de calles, embarcaciones y edificios guardan la memoria histórica de una nación. En todos los lugares del orbe, las denominaciones designan y remiten a momentos de la vida de un pueblo. No es raro, entonces, que cuando se han vivido episodios vergonzantes, todos se esmeren en limpiar las huellas que acusan la felonía.
Así, en España o Alemania, se ha hecho un esfuerzo ciudadano para evitar todo gesto laudatorio del crimen y el autoritarismo.
En el Chile de hoy, tras casi veinte años del “retorno a la democracia” no se ha tomado en serio el grave insulto que significa mantener nombres de avenidas, buques de la Armada de Chile y algunas otras espurias instituciones. Más que una demanda política, se trata de delimitar una cierta ética cívica. No es aceptable en un régimen que se dice democrático que una embarcación con la bandera de Chile lleve el nombre de un golpista que autorizó torturas en sus instalaciones. No es aceptable que una central avenida de nuestra ciudad glorifique con su nombre la triste fecha del once de septiembre de 1973.
No se trata, desde luego, de volver sobre viejas heridas de la sociedad chilena. No se trata de revanchismo ni cosa que se le parezca. Se trata de una demanda ética pública frente a otra forma de impunidad, las trampas de la memoria que enlodan la vida cotidiana de los ciudadanos y contamina la honra de las nuevas generaciones de marinos y soldados. Si de veras queremos que “nunca más” se vuelvan a cometer las atrocidades que se ventilan en los Tribunales, es menester acometer la importante tarea de limpiar este país de todo obstinado vestigio que quiere sobrevivir a la vergüenza. Digámoslo con absoluta claridad, el Golpe de 1973 y todas sus lamentables secuelas no es algo de lo cual nadie en la derecha actual debiera sentirse orgulloso.
Ser un país democrático significa, en primer lugar, restituir un marco de referencia básico, una cierta filosofía moral pública en que cada ciudadano, cualquiera sea su credo, encuentre su lugar. El espacio político sin un sólido fundamento ético, se convierte en una “performance” estadística y eleccionaria carente de sentido. Olvidar esta antigua sabiduría, abre la puerta a la corrupción, a la degradación y la apatía.
Los Derechos Humanos, no constituyen una moneda más en la apuesta política. No estamos ante un argumento progresista o conservador, estamos ante un logro de la civilización humana para superar la barbarie. Lo que está en juego es la dignidad misma de cada ser humano. En este sentido, limpiar los nombres de la infamia es restituir la dignidad elemental a cada uno de los chilenos. Vivir en un país en que todos hemos aprendido del luto y del dolor.
*Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados, ELAP.
Arena Pública, Plataforma de Opinión de Universidad Arcis
viernes, 27 de junio de 2008
LAS TRAMPAS DE LA MEMORIA
Publicado por nancho en 4:58
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