viernes, 7 de marzo de 2008

ELECCIONES Y ABSTENCIONES

Por: Jorge López Ave
Fuente: Insurgente.org (07.03.08)

InSurGente.- Esta noche, a las 00.00 hs. acaba oficialmente la campaña electoral. Durante estos últimos quince días hemos asistido a una suma de despropósitos, de promesas monetarias, de niñas que simbolizan no se sabe el qué por un lado y de cejas elevadas por el otro. En suma, el vacío total. Los dos partidos que van a sumar veinte millones de votos, no pronunciaron palabra alguna sobre una crisis que tiene en las raíces puterfactas del capitalismo su responsabilidad, pero que tanto el PSOE como el PP pretenden combatir con más neoliberalismo y más represión. Hablamos de un un sistema que ahoga a los más pero que enseña espejitos de colores para entretener al electorado, que no pueblo. Explotación, capitalismo, autodeterminación, derechos civiles, se convierten en palabras impronunciables para los líderes de la derecha de siempre y de la falsa izquierda representada por Zapatero y Llamazares. Lo que sigue son diez razones, diez ideas con imagenes que nos ha dejado esta lamentable campaña, donde la abstención se perfila como la opción mayoritaria entre de los hombres y mujeres de la izquierda anticapitalista y solidaria.

I

Durante casi un siglo la cosa ha sido clara, a un lado la derecha y al otro la izquierda. Los de derecha ligados a la iglesia, a los millonarios, a los empresarios explotadores, a los latifundistas, a la banca, al ejército, a los cuerpos represivos, al acomodo, las coimas y los enchufes, a reyes y príncipes, en suma, a los dueños del poder. Eran, los perfectos representantes de un sistema que habían creado para perpetuarse por secula seculorum y que se llamó y llama capitalismo. Y a este lado la izquierda, con deseos de cambiarlo todo, de darle a los trabajadores su papel en la historia, de poseer los medios de producción, de la lucha por igualdad, la justicia, los derechos humanos, la autodeterminación... . Dos clases, dos ideologías, la Historia hablando. El problema empezó luego cuando el capitalismo, para sobrevivir ante el impulso de revoluciones y otras insurgencias, tuvo que crear un colchón para salvarse al que llamó “clase media”. Algunos protagonistas de la izquierda vieron en ello el cielo abierto, y salieron raudos al mercado a defender los valores de la derecha de siempre pero con sonrisas, talante y lenguaje de izquierda, tal como les pidió el sistema que lo parió. Son embaucadores profesionales.

II

La tan cacareada adhesión de escritores, músicos y otros artistas a la socialdemocracia no me sorprende. Esa ideología representa exactamente lo que persiguen, vivir en el capitalismo rico que les da un alto nivel económico, fama y boato, pero sin perder la fachada de personas de izquierdas de toda la vida. Argumentan que en Europa no hacen falta cambios drásticos, y para corroborarlo, algunos –cada vez menos- apoyan alguna causa revolucionaria, con la condición de que suceda muy lejos de sus fronteras. Lo que me preocupa con estos apoyos es que en unos pocos años se me ha llenado la biblioteca y la discoteca de traidores. Libros y discos que compré por su contenido y por la consecuencia de sus escritores y músicos, ante hechos definitivos como la revolución cubana, por ejemplo. Hoy, la mayoría de ellos, abjuran y se arrepienten y hablan de feroces dictaduras cuando hablan de Cuba y Venezuela, tal como le piden sus editores y managers. No sé porque pienso ahora en Borges, quizás porque cuando compré sus libros sabía que era buen escritor pero de derechas, nunca engañó a sus lectores.

III

Es tal el poder que las empresas constructoras han amasado en los últimos tiempos, es tal la compra que han hecho de políticos y partidos, que es lógico que hace un tiempo saltara la noticia de que en algunas zonas de la costa, los vecinos querían que se presentaran a las elecciones los propios constructores. La idea no era menor, se trataba de intentar restar al precio de las casas y apartamentos la comisión que recibían los políticos comprados y sus aledaños. Desconozco si, finalmente, los que encabezan las listas de los principales partidos son o no los constructores, cambiar el logotipo de la empresa por la del partido A o el B, sería suficiente. Siguiendo con ese deseo del pueblo, no es de extrañar que en cualquier momento pidan que, dado que los bancos son los que prestan el dinero a los partidos, se presenten directamente los banqueros en las listas, y así nos ahorraríamos a los intermediarios.

IV

La abuela sí que sabe de esto de la política. Por eso sus eslóganes de “No te metas” y “Todos son iguales” han conducido su vida ideológica con pragmática eficacia. Eso sí, cuando llegan elecciones lee todo, escucha todo y no se pierde debate, aunque le cueste memorizar los nombres de los políticos, les tiene un especial asco, repugnancia que confirma al verlos en escena televisiva. Ese discurso reaccionario lo ha mantenido pese a los ataques directos del resto de la familia durante años y años. Consiguió con su tozudez que se le diera por imposible, incluso, -hay que confesarlo-, que nos moviera hacia ella un mezcla de pena y de lástima, al fin y al cabo, era una fiel representación de lo que había logrado el franquismo con sus coetáneos. La duda de qué haría la abuela con su voto en estas elecciones hizo que la llamara hace unos días por teléfono. Le pregunté si iba a ir a votar y me dijo que sí, un sí contundente e inequívoco. Tanto, que me aventuré más y le pregunté ¿a quién?, y ella contestó de una vez, “al pagador, hijo, al que nos paga las jubilaciones. Llevo años haciendo lo mismo”.

V

A Berta la engañaron. Se creyó que una vez acabada la dictadura, las grandes movilizaciones, las consignas por un mundo mejor , el compromiso militante pasaba a segundo grado. Le explicaron desde la tele que ahora tenía que preocuparse por su vida personal (siempre pospuesta por culpa de lo colectivo), que de los asuntos políticos ya se encargaban otros y otras. En general, gente que lo iba a hacer de un modo profesional, con todo el tiempo dedicado a ello y con su capacidad al servicio de las masas votantes. Ahora sabe que en realidad se dejó engañar pero no sabe volver. No hay nadie de aquella época militando pero al mismo tiempo no soporta que su único compromiso social sea el dichoso voto, que tanto necesitan esos profesionales del asunto para seguir paseándose en coches oficiales con chofer. Por eso se abstiene, es la única arma que tiene contra la estafa.

VI

Lo suyo no es pesimismo sino exceso de información. Bueno, también algo de amargura. Dice que una vez demostrado que la mayoría de la clase trabajadora no pretende otra cosa que una sustanciosa prejubilación que le permita no volver a trabajar, y que la lucha revolucionaria para el cambio de las estructuras sociales es finito, no hay más que poner los ojos, las ganas y las esperanzas en los más jóvenes que no van a poder vivir ni siquiera como sus padres, y en los emigrantes y sus hijos que jamás podrán tener los mismos derechos que los no emigrantes. La posibilidad de que ambos colectivos sean comprados con formas similares a la prejubilación, es erradicada con una larga tesis sobre la crisis total que se viene y que provocará que vuelvan a flamear las banderas rojas por las calles como en los buenos tiempos. Para que digan del pesimismo.

VII

Lleva ni se sabe el tiempo practicando el triste deporte de votar al menos malo. Elección tras elección, siempre lo mismo, votar para que no gane el otro. Todo porque en el trabajo un compañero le comentó hace años que la abstención se sumaba al ganador. Sí recuerda que en esa misma conversación otro compañero dijo, en cambio, que la abstención sumaba al perdedor, y que se armó gran debate. Más adelante una novia le dijo un día que abstenerse era pasar de todo, sumarse a los parásitos de la sociedad y, además, le recordó que había costado mucho alcanzar el derecho a voto, sobre todo a ellas. Así, conmovido y convencido se puso a votar como loco, en la Facultad, en la Asociación de Vecinos, en la Comunidad de Propietarios, en elecciones sindicales, en la asociación de padres y madres de alumnos, en el club de amigos del jazz y ni hablar en elecciones municipales, regionales, generales y europeas. No sabría explicar el grado de desencanto que lo invade, ni siquiera su hartazgo de votar siempre en contra de, sin confiar un ápice en los que finalmente vota. Se pregunta hasta cuándo mientras ensobra una vez más su voto, pero con la novedad que lo deja así, encima de la mesa del comedor, como para que la niña lo manche y tenga la excusa perfecta para, esta vez sí, quedarse en casa, y enterarse de los resultados varios días después.

VIII

Una amiga me escribe un correo electrónico para decirme que se avecinan tiempos duros. Que en determinados ámbitos se habla ya sin disimulo de que se cuece una reforma laboral que va a dejar temblando al país. Dice que los sindicatos mayoritarios lo saben y que, como siempre, andan viendo la posibilidad de sacar algo gordo a cambio de su enésimo sí entreguista. Dice más mi amiga, dice que para esa reforma es necesario que haya un gobierno progre y con talante que sino la gente se tiraría a las calles indignada y peligraría la tal reforma. Me pide discreción, tiene miedo (¡qué época extraña!, ¿no?) a perder su empleo si cito su nombre y su cargo.

IX

Los vota porque no les queda más bemoles. No tenía intención de acordarse de que su hija fue colocada en ese organismo público, ni que a su hijo le faltaban unos días para poder cobrar el desempleo y le ayudaron haciendo la vista gorda, pero una llamada de teléfono la volvió a la realidad. Lo peor, piensa, no es votarlos, sino tener que ir a aplaudir a la candidata en todos los actos públicos, firmar un comunicado de apoyo, limpiar la sede tras las fiestas de los militantes, ensobrar votos para mandar por correo, salir en las fotos con una frase que jamás dijo o conseguir el respaldo de cada uno de los familiares, incluso de los que apenas ve durante el año. No hay forma de averiguar cuántas elecciones más durará la dependencia, disfrazada de gratitud, sí sabe que en su barrio hay lo menos cien personas como ella. Esto, al menos es un consuelo, se dice.

X

Por tradición acude a la urna el último, cuando el colegio está a punto de cerrar, un minuto antes de las 20.00 horas aparece con su voto, perfumado y vestido casi de gala. Le gusta escuchar cómo se cierra el lugar de votación a la espera de que él vote para empezar el recuento de una vez. Por eso, la última vez, cuando acudió como siempre, se quedó petrificado al comprobar que en la urna no había un solo voto. Pensó que durante el día habría habido tal avalancha que se llenó la urna y hubo que habilitar deprisa y corriendo una segunda para que él votara. Antes de sentirse orgulloso, pensó que era un disparate votar así porque no sería secreto, si en la urna hay un voto es obvio que todos los de la mesa sabrán qué ha votado. A punto de pedir que le hicieran el favor de ponerle el voto en la urna abarrotada, el presidente le dijo que iba a ser uno de los pocos que iban a votar en la ciudad, que no serían más de nueve o diez, que hay un boicot masivo, que si no había estado escuchando las noticias. No pudo más que preguntar, “¿Y la democracia?” “Se fue al garete”. Lejos de apenarse, guardó su voto en el bolsillo y se volvió a casa pensando que igual tendría que haber votado para salvar a la democracia, pero al llegar junto al televisor del salón, puso un DVD, y se hizo un sándwich mixto antes de quedarse dormido.

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