domingo, 2 de marzo de 2008

SERGIO CORRIERI. EL ARTE POR LA REVOLUCIÓN

Por: Pedro de la Hoz
Granmma (01.03.08)

Falleció ayer a los 69 años en La Habana el Presidente del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, una de las más destacadas personalidades de la cultura nacional.

Cuando se mida la estatura humana de Sergio Corrieri Hernández, muchos recordarán seguramente aquellos versos de Bertolt Brecht, uno de los dramaturgos de su preferencia, en los que se habla de "los que luchan toda la vida", de "los imprescindibles".

El hombre de Maisinicú, actuación memorable de Corrieri.

Hombre que ejerció la modestia como virtud, visceralmente comprometido con el destino de su Patria, defensor de los valores del socialismo y entrañablemente leal al liderazgo histórico de la Revolución, Corrieri nunca dejó de echar pie a tierra por sus convicciones ni de emplearse a fondo en cada una de las tareas que le encomendaron.

En las artes escénicas dejó tras de sí una leyenda este habanero nacido el 2 de marzo de 1938 (mañana cumpliría 70 años). Atraído por la actuación, matriculó en el Teatro Universitario y debutó con 16 años en la pieza del brasileño Joracy Camargo, El nieto de Dios.

Estuvo entre los fundadores de Teatro Estudio, junto a Raquel y Vicente Revuelta e integró el elenco de la primera puesta en escena de la mítica agrupación: Largo viaje de un día hacia la noche, de Eugene O’Neill.


Al frente del ICAP, Corrieri desarrolló una intensa y meritoria labor. En la foto, junto al compañero Fidel en uno de los encuentros sostenidos en La Habana con el reverendo norteamericano Lucius Walker y los Pastores por la Paz.

En su trayectoria teatral encarnó los más diversos y exigentes personajes en obras de Miller y Chejov, Lope de Vega y Albee, Brecht y Schnitzler, Dragún y Maiakovski, y al encaminar sus pasos hacia la dirección dio pruebas de su extraordinario talento en la puesta en escena del estreno mundial en 1964 de Contigo pan y cebolla, la popular comedia de Héctor Quintero.

Pero ya desde entonces, Sergio no era solamente un hombre de teatro. "La Revolución había cambiado nuestras vidas —dijo en una entrevista— y abría nuevas perspectivas para la cultura cubana. Entendíamos que había que hacer arte con la Revolución y para la Revolución, arte de altos valores, y ser, al mismo tiempo como ciudadano, un soldado".

Los telespectadores vibraron con la formidable interpretación del agente de la Seguridad del Estado David en la serie En silencio ha tenido que ser.

Esas inquietudes lo llevaron a fundar en 1968 una experiencia inédita, el Grupo Teatro Escambray, junto a su madre, Gilda Hernández —una de las más entusiastas teatristas de su tiempo—, en el seno de la serranía del centro de la isla. Al evocar esa época, afirmó: "No nos interesaba el repertorio porque las obras fueran universalmente muy hermosas. No buscábamos esa culturización. Queríamos llegar a la gente con elementos de juicio para que pudiesen entender su realidad y capaces entonces de operar sobre ella".

Fue aquel un gesto sin precedentes para alguien que ya estaba considerado como uno de los mejores actores del país y que contaba en su haber con el brillante y convincente desempeño del personaje protagónico en el filme Memorias del subdesarrollo, ese clásico de nuestro cine realizado por Tomás Gutiérrez Alea.

Su labor al frente del Teatro Escambray, en una zona de dinámicas transformaciones socioeconómicas donde apenas unos años atrás la contrarrevolución trató de plantar raíces, reveló en Sergio no solo la madurez de sus concepciones estéticas sino las cualidades de un cuadro revolucionario.

Mientras dirigió y actuó en puestas memorables como Ramona, El juicio y Los novios, y era identificado por el público en la gran pantalla por su interpretación del héroe Alberto Delgado en El hombre de Maisinicú, de Manolo Pérez, y conmovía a los cubanos de uno a otro confín de la isla con su formidable plasmación de Fernando/David en la serie televisiva En silencio ha tenido que ser, Corrieri crecía políticamente al frente de su colectivo escambradeño y entre los pobladores de la zona. Por ello fue delegado al Primer Congreso del Partido, miembro del Comité Central desde 1980, y electo diputado a la primera legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, escaño que ocupó luego sucesivamente por voluntad de su pueblo, y donde en la quinta legislatura fue elegido miembro del Consejo de Estado.

Del Escambray, con sus actores, partió a Angola, en plena ofensiva de las fuerzas proimperialistas para compartir el arte con los internacionalistas cubanos. Y apenas unos días después del triunfo sandinista en Nicaragua, llegó solidario a esa tierra.

En 1985 la dirección del país le pidió que ocupara la Vicepresidencia del Instituto Cubano de Radio y Televisión. En 1987 pasó a Jefe del Departamento de Cultura del Comité Central del Partido y desde 1990 se desempeñó como Presidente del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos.

Desde ese cargo, asumido en momentos sumamente difíciles en medio de la debacle de la Unión Soviética y el campo socialista, y de mudanzas ideológicas en el campo de la izquierda, Corrieri desarrolló una intensa labor como interlocutor del movimiento solidario internacional con la Revolución y contribuyó a que la resistencia y las ideas humanistas de nuestra sociedad fueran ampliamente difundidas. Entre sus desvelos durante los últimos años estuvo dar a conocer la verdad sobre el caso de los Cinco luchadores antiterroristas cubanos injustamente encarcelados en Estados Unidos, y reciprocar las acciones solidarias de importantes sectores de ese país hacia nosotros.

Aun cuando sabía su salud quebrantada también aceptó, a raíz de la convocatoria al VII Congreso de la UNEAC, presidir los trabajos de la Comisión Organizadora, gesto sumamente apreciado por la vanguardia artística e intelectual que siempre vieron en él un ejemplo.

Los méritos de Corrieri fueron reconocidos con la Orden Félix Varela, la Medalla Alejo Carpentier, la Réplica del Machete del Generalísimo Máximo Gómez que otorga el Ministro de las FAR y el Premio Nacional de Teatro 2006.

Hace apenas unos días, en ocasión de compartir la inauguración de sendas exposiciones de José Omar Torres y Diana Balboa en la galería La Acacia, le pregunté si no extrañaba la actuación. "No creas —respondió—, a veces siento nostalgia, pero en estos otros afanes me he sentido útil y muy realizado. Si tuviera otra vida no vacilaría en vivir esta misma tratando de ser todavía mejor".

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